Continúa entre nosotros una España irremediable enquistada en el tejido político que no tiene fácil solución... No escuchamos las lecciones de la historia, que no puede cambiar de pensamiento, porque no ha pensado casi nunca. Ya lo dijo de nosotros un preclaro español, Antonio Machado. «De cada diez cabezas, una piensa y nueve embisten». Seguimos de pie con las falsedades, con los engaños, con las intrigas, con la mentira. Aquí ha encontrado acomodo la clase política y presumimos de ello. Lo blanco es negro y lo negro, blanco según valga para salir airosos de una situación engorrosa. Nadie se atreve a controlar el gasto público, ni tampoco prevenir las trágicas consecuencias de levantar un aeropuerto, sin necesidad de pistas para el aterrizaje de posibles aviones. Antes de que nos diéramos cuenta de la vidriosa y áspera cuestión de los nacionalismos y de los hechos diferenciales que podría suscitar, hemos estado alimentando hasta que la bicha, ahora Puigdemont, la tenemos enjaulada, pidiéndonos el oro y el moro en sus apetencias insaciable. Ahora se abren los cielos para aferrarnos a que todas las comunidades autonómicas son iguales para todos los españoles. Y seguimos sin aprender.
Poco tiempo después del triunfo socialista en las elecciones generales de 1982, Felipe González y Alfonso Guerra hicieron unas manifestaciones al periódico Cambio 16. Palabras benditas las de Alfonso: «Hay que exigir que los tribunales funcionen», «la tolerancia y la blandura que ha habido aquí no puede seguir», «aquí el tema de la corrupción no se ha visto tan negativo como en otras sociedades», «aquí se ve normal que a quien esté en un cargo público, algo se le arrime», «yo soy enemigo mortal de la corrupción y del enchufismo», «hay que acabar con la tolerancia y la blandura y con el sinvergüenza». Palabras irreprochables fueron también las de Felipe: «La política no es una profesión, sino una dedicación», «en el gobierno socialista habrá ministros que salgan al primer fallo», «para que el país funcione hay que dar ejemplo desde el poder, hay que terminar con el enchufismo, con las triquiñuelas, con el pluriempleo en la Administración». Y erre con erre, continuamos al día de hoy con la contumacia que nos caracteriza que nos demuestra la periodista Susana Griso antes de su nueva temporada de Espejo público: «Algo hacemos mal: estamos en manos del 6% del electorado y no del 94%», con titulares de periódico de esta guisa, con tipo de letra gruesa a toda página: «Sánchez negociará con el PNV que el País Vasco sea una nación». Con un subtítulo: «Los socialistas se abren a someter a una consulta entre los vascos, el reconocimiento nacional de Euskadi». Y Felipe González avisa al presidente del Gobierno con un pareado justo y equitativo: «Amnistía y autodeterminación no caben en la Constitución», mientras que el presidente García-Page aspira, en el recién estrenado 2024, «a una España más cohesionada que gane confianza». Y el PP, envalentonado, propone disolver a los partidos que sean desleales a la Constitución. En ese día, todos los campanarios de ermitas, conventos, iglesias y catedrales debatían repicar a gloria. Y en esas estamos.