Michel Desmurget, en su fantástico libro La fábrica de cretinos digitales, analiza como especialista todo lo relacionado con el uso de las nuevas tecnologías en nuestro mundo y sus peligros reales. Ha confirmado como pocos que la literatura científica ha demostrado ya de manera clara algo que era evidente desde hace tiempo: que las pantallas ejercen un efecto perjudicial en el rendimiento académico de nuestros hijos y que el uso acumulado de televisión, videojuegos, teléfonos móviles, tabletas, etc., permite predecir una disminución significativa en el rendimiento escolar.
En torno a esta cuestión, el neurocientífico francés ha subrayado que ha habido una confusión perniciosa en el mundo educativo en torno a lo digital, y ha sido la confusión de aprender lo digital con aprender a través de lo digital. Que el Word nos haya facilitado la vida en nuestros trabajos, no significa que utilizar un procesador de textos favorezca el aprendizaje de la escritura. Es más, ya se ha demostrado que los niños que aprenden a escribir con ordenador experimentan muchas más dificultades para memorizar y reconocer las letras que aquellos que aprenden con lápiz y papel, además de que tienen más problemas para aprender a leer. El déficit de comprensión y memorización es muy deficiente. Es decir: si queremos dificultar el acceso de un niño al mundo de la escritura y la lectura, sea usted moderno y olvídese del bolígrafo. Una cosa es plantearse las competencias digitales que un alumno debe tener y otra si es eficiente confiar la totalidad de la enseñanza de los saberes no digitales a la mediación digital.
Es estúpido demonizar lo digital, pero la idea de una utilización puntual, controlada y limitada a las necesidades pedagógicas parece muy alejada del extravagante tecnofrenesí imperante hoy en día. Lo digital no es el santo grial de la educación, ni tampoco el reparto de tabletas, ordenadores, pizarras digitales y demás. La pedagogía se ha puesto al servicio de lo digital y debería haber sido al revés. Y creo que este paso se ha dado demasiado rápido, sin contrastar opiniones ni resultados, permitiendo poner en entredicho si lo que realmente se ha buscado ha sido el bien general, tanto del profesorado como del alumnado.
El uso virtuoso de lo digital hoy por hoy es una ficción. Crece exponencialmente el número de estudios que confirman que la introducción de herramientas digitales en el aula es, ante todo, una fuente de distracción para los alumnos y, en consecuencia, un significativo factor de incremento de los problemas escolares.
Nuestros jóvenes no son nativos digitales, ni poseen un cerebro diferente, más rápido, más ágil y más capaz de realizar procesamientos cognitivos paralelos. Estos nativos digitales no tienen capacidad para distinguir los contenidos dudosos de los no dudosos a la hora de buscar información (es más, en mi opinión soy de los que piensa que lo auténticamente bueno no está gratis en Internet). Finalmente, hoy en día se considera ya probado que los no expertos aprenden mucho mejor cuando se les presentan los contenidos de forma lineal, con una estructura jerárquica (con un libro, una clase magistral, trabajos prácticos, siempre que el autor haya organizado bien los datos) y lo hacen peor cuando esos contenidos se les presentan en forma de red, anárquicamente fragmentados (como cuando se consulta Internet).
Cuanto más invierten los países en tecnologías de la información y la comunicación (TIC) aplicadas a la educación, más baja el rendimiento de los estudiantes. En paralelo, cuanto más tiempo pasan los alumnos con estas tecnologías, más empeoran sus calificaciones (así lo va confirmando el informe PISA). Y, por otro lado, para mí esto oculta algo más grave: la visión paupérrima de la función docente, infravalorando lo que realmente es el saber cambiándolo por un saber hacer que lo convierte en simple mediador que contribuya a la reducción lúdica de una tarea que es mucho más que eso.
Tras recibir el premio Nobel, Albert Camus escribió a su maestro: «Sin usted la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que yo era, sin su enseñanza y su ejemplo, nada de esto habría sucedido. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y le puedo asegurar que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso continúan siempre vivos en uno de sus pequeños discípulos, que, a pesar de los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido». Y añade Desmurget: quizás estas palabras nos ayuden a comprender el elevadísimo precio que tendremos que pagar por esta supuesta revolución digital.