Ramón Horcajada

Eudaimonía

Ramón Horcajada


Carta a mis hijos (IV)

22/11/2024

Queridos hijos:

Decían los clásicos que todo deber ser se funda en el ser. Esto no significa otra cosa que la realidad es el fundamento de lo ético. El bien es aquello que es conforme a lo real. Esta es la razón por la que quien desee conocer y hacer el bien no tiene más remedio que dirigir su mirada a la realidad, no a sus sentimientos ni a su conciencia ni a sus valores ni a sus ideales o modelos de conducta impuestos arbitraria o subjetivamente. No os dejéis embaucar por tanto mago como existe hoy en día. La única por la que os debéis dejar atrapar es por la realidad. Dejad que os hable, después viene lo demás.

Os ha tocado vivir en una época voluntarista y subjetivista en la que parece que todo dependiese de la voluntad con la que os enfrentáis a la realidad y de los sentimientos que albergáis en vuestro interior.  Pero, aun reconociendo lo importante de todo esto, os advierto: vuestro mundo ha usado esta cuestión para instalarse de manera definitiva en la mentira y el relativismo. Vuestro mundo es un mundo de cobardes que ha renunciado a la verdad justificando de manera mediocre todo relativismo con la cantinela de que es imposible alcanzar dicha verdad. De ahí que vuestro mundo sea el mundo de la "posverdad" donde lo que importa no es la verdad, sino el relato. Y es que alrededor de vosotros la única voluntad que se ha instalado es la voluntad de poder, relatos y relatos con el objetivo de dominaros y manipularos. ¡Tened mucho cuidado! Lo único que les interesa a estos yonquis del poder es establecer un juego de voluntades en el que al final se imponga la fuerza, pero nunca la verdad. Incluso la democracia es usada para esto. Por eso es tan difícil la justicia en estos momentos: porque donde no hay verdad, la justicia queda desvirtuada. Ese es el objetivo de los defensores de los relatos, desvirtuar lo que de puro pueda quedar para poder dominar mejor.

El bien presupone la verdad. No hay otra opción. Es más, bueno es quien obra la verdad. Y aunque esto lo dijeran los clásicos no tiene por qué estar pasado de moda ni ser menos verdad por muy complejo que se haya vuelto nuestro mundo (la renuncia a lo clásico, otra de las estupideces de vuestro mundo). La verdad será difícil de alcanzar en algunas ocasiones, la realidad podrá enturbiarse cuanto quiera, pero una cosa es reconocer la dificultad que la vida nos ofrece en situaciones determinadas y otra muy distinta es renunciar a lo que es el fundamento de mis acciones, la verdad. Y más cuando lo que uno descubre es la cantidad de intereses tan espurios que se ocultan tras semejantes actitudes.

Si queréis comportaros como personas sólo os queda un camino: dejad hablar a la realidad. Y esto no coarta vuestra libertad ni vuestra espontaneidad. Lo que sí que coarta la libertad humana es la ideología. No hay tumor más grave en la actualidad que el de las ideologías. Mirad a vuestro alrededor y veréis camadas de fanáticos dispuestos a dejarse manipular por el simple hecho de defender ideas no contrastadas o erradas pero camufladas en relatos manipuladores. La ideología pervierte la realidad para que se impongan las ideas.

Analizad, desde lo que os vengo diciendo, vuestra sociedad y llegaréis a una conclusión muy sencilla. La salud de vuestro mundo comenzó a perderse desde que perdió el contacto con la realidad y, por tanto, con la verdad. Lo que me sigue sorprendiendo es que, desde el punto de vista psiquiátrico, la pérdida de contacto con la realidad, la pérdida de objetividad, es una de las condiciones previas por la que comienza la pérdida de la salud psiquiátrica. O de otro modo, la realidad y la objetividad son el criterio por excelencia que aseguran la salud psíquica. Por lo que llevo dicho hasta aquí dos cosas podéis deducir: el que renuncia a la realidad y a la verdad o está enajenado o es malo. Por lo tanto, dos opciones tenéis: vuestro mundo está loco o está poblado de malvados. No hay otra. Pero de una manera o de otra, el descubrimiento de semejante cuestión me hunde en una profunda tristeza, la tristeza y el temor de que habiéndoos educado en la búsqueda de la verdad no haya sabido daros las armas para perseverar como personas auténticas en la jungla en la que vais a tener que vivir. Jamás justifiquéis mediocridad ni perversidad alguna por salvar una idea. No seáis nunca esclavos de ningún sistema ni tengáis que callar ante nada porque un día os vendisteis a cualquier idea para llegar donde tuvieseis que llegar. Y si para eso tenéis que pagar un precio, pagadlo. Mejor eso, aunque todo a vuestro alrededor parezca gritaros lo contrario.

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