Como afirma Daniele Giglioli en su Crítica de la víctima, "La víctima es el héroe de nuestro tiempo". Ser víctima da prestigio, concede partidarios, exige ser escuchado, fomenta el reconocimiento, viene bien para la autoestima y concede el derecho necesario para lo que sea. Ante cualquier crítica la víctima está inmunizada porque está más allá de toda duda razonable. Hay en ella una inocencia que está garantizada, es imposible que la víctima sea culpable ni responsable de algo. No ha hecho, sólo le han hecho. No actúa, sino que padece. Es puro deseo de ser, pero permanentemente ignorado. Frente al "somos lo que hacemos" de la sabiduría antigua, ahora somos lo que hemos padecido, lo que nos han quitado, lo que podemos perder.
La mayoría de edad que propusiera la Ilustración, la madurez ética de Kant o el desafío que supuso un gigante como Nietzsche, desembocaron en el infantilismo e inmadurez del mundo que ha optado por la pasividad y por la impotencia. Es más, quien actúe es el sospechoso. Señala Giglioli que, si de por sí el criterio para distinguir lo justo de lo injusto es necesariamente ambiguo, quien está con la víctima no se equivoca nunca. "En una época en la que todas las identidades se hallan en crisis, o son manifiestamente postizas, ser víctima da lugar a un suplemento de sí mismo".
En la víctima se encuentra la plenitud a la que se aspira y la generación mitológica de la víctima hace que, como afirma Furio Jesi, quien controla esa máquina mitológica tiene en su mano la palanca del poder. De hecho, la ideología victimista es hoy el primer disfraz de las razones de los fuertes. Ser víctima es asaltar un bunker, es ganar una posición estratégica por la que uno, de repente, no es responsable de nada, no debería responder de nada ante nadie, no debe justificarse. Todo es una persecución. Es el sueño de cualquier tipo de poder.
Su destacada superioridad ha sido descubierta de tal manera que las guerras ahora se declaran abiertamente para ver quién es más víctima, quién lo ha sido antes o quién durante más tiempo. Esta melodía bien nos suena a los españoles de a pie. Pero hemos de reconocer que la víctima genera liderazgo, y eso se ha descubierto plenamente a lo largo de esta última década.
Pascal Bruckner ha estudiado la deriva de victimización de nuestra sociedad de manera profunda, pero lo novedoso ahora, a mi pobre entender, es que se ha convertido en himno político. Los líderes buscaban víctimas a las que compensar para con ello ganar votos. Ahora son ellos mismos los que se erigen en víctimas. ¿Para qué seguir buscando víctimas si las víctimas podemos ser nosotros mismos? Por todo Occidente surgen líderes que aprovechan su liderazgo para mantenerse en el poder gracias a la victimización. La nueva versión del maquiavelismo ya no pasa por la traición o la maldad para mantenerse en el poder, sino que su último grito es la pura victimización como recurso manipulador de las masas. Las victorias políticas se configuran ahora en quién es capaz de dar más lástima para mover a la ciudadanía. Es más, otro apunte fuerte en la novedad de este movimiento es que nuestros nuevos líderes están empeñados en hacernos creer que han acabado siendo víctimas por tratar de salvarnos a los demás. Vivimos en la pura manipulación y, lo peor, estamos permitiendo que se nos manipule.
De las víctimas reales a las víctimas imaginarias el trayecto ha sido largo y accidentado, pero quien quiera analizarlo siempre llegará a la misma conclusión: algo hemos hecho mal cuando en nuestro mundo ya no sabemos distinguir a la verdadera víctima de la imaginaria. Siempre he insistido en esto.
El mundo antiguo, el cristianismo y la modernidad propusieron la vinculación entre la ontología y la deontología, entre el ser y el deber, la elección se jugaba entre el bien y el mal, el ser o el no ser. Ahora nos la jugamos en la elección del mal menor legitimando las propias opiniones en torno a las ofensas o sufrimientos padecidos. Si antes reinaba el "lo que necesito", ahora triunfa el "lo que me ha sido negado".
Necesitamos una crítica de la víctima, como ha hecho Daniele Giglioli. Esta crítica supondrá un cierto grado de crueldad, pero es necesaria para acabar distinguiendo la víctima real de la que no lo es. La crítica es criba y apertura de un espacio, y ha de ser realizada por aquellos que ni quieren ser víctimas de ficción ni quieren seguir permitiendo que continuemos a la deriva en la manipulación más indecente.