José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Carta a Morante

11/03/2025

No iba a tener, José Antonio, la columna un traje epistolar. Iba a nombrar las soledades del toreo, pero al final es la carta que se dirige uno a sí mismo... Al cabo, un ritual, un estilo. Como el toreo. Iba a ir de glosar esa entrevista a corazón abierto que ABC te ha hecho en Portugal, una exclusiva en dos entregas que no se le recuerda a nadie con ese grado de sinceridad, de verdades límites, y, cómo no, de la película documental Tardes de soledad que, con Andrés Roca Rey como protagonista, ha filmado el cineasta catalán Albert Serra.
Has hablado de tus trastornos mentales. De una especie de disociación que te desconecta de las emociones y los recuerdos, de unas sesiones de electroshocks con anestesia que te hacían olvidar incluso el rabo en la Maestranza, entonces olvidarías todavía más aquella tarde en las Ventas (Beneficencia, 2007), en solitario, cuando tu personalísimo y valiente —y breve y tan oculto a veces— arte eterno por el que suspiramos los aficionados brotó, en el sexto, tras salir de la enfermería, para que estallará la emoción, hasta hacer que volaran los sombreros, como en las fotos antiguas.
Era la del periódico la conversación de tu vuelta. El regreso como una escultura de Rodin con alamares y montera. Volver aun con menos distancia en el tiempo de aquel paréntesis a que te obligó tu cabeza intermitente: «El arte nace de la mente y mi mente ha tenido muchos trastornos». Reaparecías el sábado en Olivenza, tan fronteriza como tu toreo de cante grande, pero el agua lo impidió; que nada ni nadie impida las siete tardes firmadas entre Madrid y Sevilla, olé.
Y otro olé, cinéfilo, experimental y valiente, para esa película que acaso no te gustará, como intuyo que desarbola un tanto a cierta taurofilia, y no porque esté por el sí o no al toreo. Aunque con el premio Nacional de Tauromaquia 2024 que acaba de recibir (tras su anulación por el antitaurino ministro Urtasun y su recuperación oficial por el Senado y nueve comunidades), más la Concha de Oro en San Sebastián y los unánimes elogios de la crítica cinematográfica, se está operando un curioso fenómeno. Su autor es un cineasta de los considerados raros, minoritarios. En mi ciudad creo que es el primer largometraje suyo que se estrena, y tiene diez. En el acto de entrega defendió que el artista tiene la obligación de ir a la contra y no hacer ideología. Porque el arte, en este caso la cámara, como decía Paul Klee sobre la pintura, afirma el premiado director, «puede hacer visible lo invisible».
No esperes, José Antonio, otro esteticismo sino el de planos muy cortos, donde no salen pases ni distancias, ni graderíos, sí los sonidos de la respiración y el galopar del toro y su agonía —el final de un rito sacrificial mitológico—, las voces de la cuadrilla nunca escuchadas («    ¡no le dejes pensar!»), el embroque donde la muerte rueda y ronda alrededor y la soledad ensimismada del joven y triunfador diestro peruano. De pieza valleinclanesca y lorquiana la ha calificado el poeta Gimferrer. Arte, como el tuyo, sin concesiones.