En jornadas como estas el columnista querría ser poeta y hacer sonetos. Aunque Umbral decía que el artículo es el soneto del periodismo. Encadenar endecasílabos, aunque fueran encabalgados, y rimar a todo ritmo. O dedicarse a los juegos florales. En vez de salir a las páginas de opinión y mojar la pluma en los jugos feos de la actualidad, azuzar al ordenador para que sonría, o que llore, como el cineasta Almodóvar cuando leyó en la distancia la inigualable carta del enamorado presidente del Gobierno, qué exaltación de sentimentalidad compartida; no en vano el serio semanario alemán Der Spiegel habló al respecto de espectáculo de telenovela.
Porque la epístola a los ciudadanos/súbditos en la red social, los cinco días de reflexión predimisionaria, el plebiscito plañidero con aroma a Plaza de Oriente y el mensaje al jardín vacío de la Moncloa ya forman parte de la más grotesca historia reciente de mi país (astracanada lo llamaba este sábado Trapiello). ¿Pero fue todo eso verdad o un sueño de primavera húmeda? ¿En serio nos está pasando que once ministros y dos líderes sindicales y partidos de la investidura y periodistas abajofirmantes pidieran en la calle justicia y medios informativos democráticos, y algunos hasta una especie de ley de prensa? Sí, sí, fue verdad, me aseguran. Incluso que hay una máquina de fango contra la democracia en forma de esa oposición que intenta hacer su papel, de un juez que quiere cumplir con su trabajo investigando un posible tráfico de influencias y hasta de cierta prensa —el colmo de los colmos— que da exclusivas y cuenta cosas que molestan al poder; pero qué degeneración ultra es esta, qué lluvia de bulos contra la decencia, las promesas cumplidas y la igualdad de personas y territorios ante la Ley.
En días aciagos y derivas autocráticas como no conocíamos desde el franquismo, arrojado como está el denominado sanchismo en los brazuelos del populismo y la radicalidad podemizada, con una suerte de mesías identificado con la verdad y la democracia, me viene a la memoria aquella portada de la revista de humor Hermano Lobo, agosto 1975, con el dibujo de Ramón a toda plana: «¡O nosotros o el caos!», proclamaba el líder a las masas. «¡El caos, el caos!», gritaba el pueblo. «Es igual, también somos nosotros», respondía el prócer. El actual, con reflejos de partido único, proclama que la democracia y la verdad sin bulos es él, ellos; el resto es fango golpista.
Así que el nuevo verbo a conjugar es regenerar, cuyo campo semántico produce verdaderos temblores: limpiar, fumigar, desinfectar, sanear, reeducar, enderezar, prohibir, censurar… Todas las distopías y realidades del totalitarismo están ahí, basta asomarse a Orwell, a Fahrenheit 451 o la historia del siglo XX. Y pensar que ese es el mismo partido que votamos ilusionados millones de españoles en los años ochenta. ¡Quién fuera sonetista de temporada!