Llegamos a tiempo al Museo Nacional del Centro de Arte Reina Sofía, acababa de inaugurarse, era, por tanto, el primer día ofrecida al público la colección monográfica Esperpento – Arte popular y revolución estética, centrada meramente en la excusa del centenario de la obra Luces de bohemia de Ramón del Valle-Inclán. Pero todo allí era un gran esperpento. Todo son luces y sombras de un movimiento estético y social. Ya la primera sala nos dejaría asombrados. El contexto está ambientado en momentos de revueltas sociales, precariedad, poetas de la calle…, todo ello en Madrid, en un Madrid «absurdo, brillante y hambriento» como lo llamaría el propio autor de Luces de Bohemia, nacido en 1866 y fallecido en 1936, obra considerada por muchos como la más importante del siglo XX. Y ya puestos se podría comparar aquella sociedad de hace cien años, con la actual, salvando distancias, pero dejando si se quiere a un lado las desigualdades sociales que por desgracia y no sólo en las grandes capitales siguen existiendo. ¿Acaso no está así ahora Madrid también? ¿Acaso en algunos momentos no es un Madrid absurdo, brillante y hambriento?
Nos adentramos en la exposición bajo las apreciadas órdenes de los comisarios Pablo Allepuz, Rafael García, Germán Labrador, Beatriz Martínez, José A, Sánchez y Teresa Velázquez. El arte popular se refleja desde el principio en las zarzuelas y en el carnaval, en dos grandes bloques donde el artista y el pueblo pueden identificarse, pero ya las viñetas e imágenes teñidas de esperpento parecen indicarnos que todo se toma a risa, ¿acaso no seguimos comportándonos igual en la actualidad? Ese derecho al pataleo se convierte de forma inmediata en chiste y meme para reírnos de todos y de nosotros mismos. Así pasa la vida y el esperpento se torna risa e incluso llanto amargo, pero visto con gracia.
Vista la exposición y entendiendo el humor como ayuda a aceptar lo esperpéntico de las situaciones humanas más injustas, es mejor visitarla con ganas de disfrutar diseccionando cuál éramos entonces y quién somos ahora, lo que pasaba entonces y ahora soportamos; es como si aceptáramos lo grotesco porque más vale aceptarlo, sobrevivir, y seguir adelante.
De la gran exposición destacaría las aleluyas, ese género concebido por Valle-Inclán donde se deforma la realidad y se acentúa lo grotesco para que complemente a lo desaliñado y estrafalario. Por toda la exposición se darán esas situaciones estrafalarias y desgarradas, pero llenas de gracia. Se intentaba criticar así la sociedad dando respuestas ridículas de adefesios y lenguaje desgarrado basado en el horrible y feo desatino. La vulgaridad intentando llegar a ser arte popular y alcanzando si acaso el disparate, pero sin poder negar ahora que también era arte.
Todo un género, el esperpento, entendible como el ser humano que repite su historia al menos cada cien años. Esperpéntica nuestra mirada tratando de entender esa antigua visión deforme, presente ahora, porque seguimos viviendo en una España injusta y bohemia, y también deshonesta, burlesca y caricaturesca.