En los últimos siglos, el hombre, en sus reflexiones y pensamientos, ha ido diluyendo a Dios del horizonte de su vida. También, últimamente más, en sus actos. Si antes podía haber mucho pecado e injusticias ocultas, hoy se les pone luz. Incluso se presume de lo que no hace tanto tiempo se consideraba socialmente malo, pecaminoso, perverso. El hombre, de manera legítima, reivindica su autonomía y su grandeza, pero lo ha hecho en detrimento de Dios, de su acción creadora y de su presencia salvadora. No es necesario borrar a Dios para engrandecer al hombre. Al contrario: cuanto más grande es Dios, más excelso puede aparecer la belleza del hombre. Por supuesto, también al contrario: cuánto más se reconoce la hermosura del hombre en todo, más se alaba a Dios.
Sin él, sin Dios, somos esclavos de ideologías, de elecciones económicas inhumanas, políticas interesadas, de otros dioses a los que siempre pagamos peajes y que nos tiranizan. Al desaparecer Dios del horizonte humano, que nos pide, exige, el amor al prójimo, hay otros que abusan.
Jesús ha venido a curar al mundo de toda enfermedad y dolencia, en el cuerpo y en el alma. El Reino de Dios que va llegando, en silencio, casi sin percibirse, como semilla plantada. Confianza profunda en Dios que nos cura, rehabilita, sana: nos toma de la mano, nos cura y nos levanta. El camino de salvación del mundo irá llegando por una tecnología usada desde la bondad que Dios ha puesto en todo hombre y que hace que pueda reconocer a otros como hermanos.