José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Iracundia

04/02/2025

No suele uno practicar las obligatoriedades de la prensa digital. Solo instantes, firmas, sugerencias. Pero visitar el artículo dominical de Jesús Cacho en vozpopuli.com, del que es editor, es tarea higiénica y recomendable para ir medio observando la caligrafía moral del país. Cacho fue izquierdista y progre cuando el antifranquismo no era un juguete polarizador, frecuentó las secciones económicas de los primeros rotativos en la alta y baja Transición, publicó libros de gran éxito sobre Mario Conde y otros, hasta que fundó en 2011 su digital, y solo depende ya de su criterio independiente de castellano viejo.
No siempre se estará de acuerdo con sus opiniones, fraguadas en el liberalismo y la libertad máxima, pero siempre habrá chispazos decentes de luz, informaciones y primicias que dichas así, como de pasada, no te encuentras en papel ni en pantallas. Sobre la veracidad de sus fuentes del mundo empresarial y financiero, que son las mismas del poder político en definitiva, no hay color, aunque su voz —tan radical, porque va a las raíces— sea muchas veces la del que clama en el desierto, sin literatura, pero con datos, pruebas, revelaciones, y sin eso que suele decirse pelos en la lengua.
Este domingo JC tituló su entrega Le tienen miedo y dejó, alarmado, el pavoroso temor, cuando no espanto, que está produciendo el actual inquilino de La Moncloa que nos gobierna —a expensas, por supuesto, de los siete votos extorsionadores de los diputados del delincuente prófugo Puigdemont—. Antes contextualiza el panorama económico mundial a tenor del shock brutal provocado por la irrupción del «atrabiliario tipo de pelo amarillo», con el desconcierto de una Europa burocratizada y normativista, sin capacidad de respuesta, para hablar, en clave nacional, de «la paz de los cementerios» ante un Gobierno enemigo declarado de la actividad empresarial. Lo cierto es que poder público y privado se confunden, ahí está la ocupación de Telefónica e Indra, en la línea de tantas otras invasiones nada ejemplares de la división de poderes en una democracia. Pero más allá de los usos que vamos viendo a diario llama la atención el relato de un presidente, y no es el primero en contar públicamente algo así, poco menos que iracundo e irritable que «patea puertas y sillas y lanza lo que encuentra a manos contra quien le solivianta», o cuando en Davos se «le ha visto dar órdenes en tono zafio, más que desconsiderado, a sus subordinados».
¿Estará España perdiendo también sus papeles puertas adentro? ¿Se explicará así que todos los ministros repliquen a coro los mismos argumentos, incluso los que descalifican a oposición o discrepantes? ¿Es la ira de Dios bíblica puesta al día? ¿El Dies Irae de la película religiosa del danés Dreyer revisitada en clave cine de Torrrente?
Ni el poder más alienante, depredador o alimenticio podrá justificar nunca la falta de respeto a la dignidad de las personas a tu alrededor, ni en definitiva a un país o sociedad libre y democrática a quien representa. Contra ira, ¿templanza?