Estamos en unos días posteriores al desastre electoral de las fuerzas y programas independentistas radicales catalanes, en los que la España diversa no independentista y todos sus diferentes caminos, trochas y veredas están abiertos, más abiertos que en los últimos años por culpa del maldito y nefando Proceso, en los que hemos estado, como Estado unitario que llevamos siendo una pila de años. Esta realidad, que nace de la mejor manera que puede nacer, en las urnas, ha hecho cambiar de manera radical no sólo las perspectivas de futuro, de ellos y de los demás y, lo que es más importante, de todos y en todos los ámbitos y escenarios. Y es que la derrota de la oferta separatista, dirigida a todas las posibilidades derivadas de la concepción que para el pueblo catalán tenían, y sin duda conservan, los ideólogos herederos de los Macià, Companys y demás eternos líderes de la Cataluña independiente, es mucho más importante de lo que podría desprenderse de la fría contemplación de los datos electorales. Y es importante no por la más que indiscutible derrota, sino porque, aún en la desunión de la oferta no separatista, las urnas han dicho que Cataluña se puede gobernar muy bien con gobiernos no independentistas, lo que debe restar fuerza y protagonismo a los partidos hoy nítidamente perdedores.
Esto, claro está, que a la fuerza o, mejor, partido ganador, el PSOE, allí PSC, no le dé por embarrarlo todo y seguir con el juego, peligrosísimo por cierto, de cambiar cromos por chapas o escaños de aquí por opciones de allá. Este peligro, seguramente inexistente para muchos, es real como la vida misma y supone una amenaza de desaprovechar la bajada de la presión en la caldera socialista por culpa del enreda del secretario del PSOE-PSC, Pedro Sánchez, al que, todos lo sabemos, gusta más una negociación, un cambalache, que un manojo de conversaciones serias, reposadas, conducentes no a nada raro ni desestabilizador, sino a lograr una estabilidad general en la gobernación del Estado, que es lo que, con el triunfo del domingo, el electorado catalán, y aún el resto de españoles, han servido en bandeja a un personaje que parece gozar con andar por la cuerda floja de ententes cordiales con partidos de dudoso, oscuro y peligroso pasado o en feroces y eternas campañas, sea o no el momento oportuno, para descabezar a su única oposición real.
Sí Sánchez no aprovecha esta ocasión, caso de que oferten la gobernatura, o gobernanza, o gobernación de Cataluña para Salvador Illa, candidato de Ferraz para esta tarea, habrá pasado a la historia como el hombre que dejó hervir de más la olla de la que era responsable, o el que no supo qué hacer con más poder que tuvo hasta ahora. De todos modos, gracias a ese cincuenta y tantos por ciento de votos no nacionalistas que surgieron de las urnas se duerme mejor en Cataluña que hace unos días.