La mañana se ha puesto plomiza. De un gris mercúrico. Desde lo alto de la sierra, las nubes aparecen señoriales, henchidas, dueñas de las cumbres, para dejar caer sobre el valle una luz tenue, apagada, del color de la ceniza…Ese cielo soberbio, tan alejado del suelo».
Con esta preciosísima descripción comienza Enjambre (Editorial Cuarto Centenario), la última novela que ha publicado Rafael Cabanillas Saldaña y la segunda de su trilogía sobre la España vaciada. La primera fue la maravillosa Quercus.
Con una prosa muy poética e impecable, el autor nos conduce hasta paisajes casi olvidados, de la mano de algunos personajes que quizás encarnan, también, esas formas de vida que a mucha gente nos resultan tan lejanas. La España vaciada, a la que ya se está empezando a proteger con leyes, nos habla a través de su pluma.
Sus personajes saben, a ciencia cierta, lo que es el esfuerzo y el trabajo duro y saben lo mucho que cuesta conseguir los objetivos que se proponen. Por eso, conectan, desde el principio, con los lectores. El autor ha sabido darles esa condición de luchadores y, pese al vacío que parece rodearlos, ha sabido dotarles de diferentes ilusiones y de un inmenso afán por conseguirlas.
Así, en la primera, Abel y Lucía representaban las ansias de superación, la fuerza humana sin límites, la fe en el interior de uno mismo y todo lo que puede conseguirse con amor. Todo ello en tiempos de venganzas y postguerra.
En la segunda, especialmente conmovedor resulta Tiresias, ese hombre tan solitario y de tan pocas palabras que, por supuesto, también sabe amar. Gracias a ese sentimiento intenta mejorar, aprender y enriquecerse aunque tenga que buscar un maestro pese a que no existan ya escuelas en la zona.
Siempre he dicho que la vida es un viaje en tres direcciones: hacia nosotros mismos, hacia los demás y hacia los paisajes que nos rodean. El último de esos viajes, el de ir hacia aquello que nos rodea, queda perfectamente explicado en estas novelas. Aunque pudiera parecer que sus protagonistas son personas desfavorecidas, por vivir en el campo o en lugares aparentemente alejados de la población, son verdaderamente ricos porque aman lo que hacen y todo lo que les rodea, y además, porque lo conocen y saben muy bien cómo cuidarlo.
Otro aspecto muy destacable de estas obras es la importancia que da su autor a la comunicación. Aquí, los protagonistas se comunican con ellos mismos y, por supuesto, con otras personas pero, especialmente, con los animales y con su tierra, sus árboles y su cielo.
La madre Naturaleza nos habla, en un lenguaje verdaderamente hermoso, a través de las palabras de Rafa Cabanillas. Gracias, amigo, por hacerlo posible.