Alfonso José Ramírez

Eudaimonía

Alfonso José Ramírez

Eudaimonía


Ser malotes está de moda

12/01/2024

Con la entrada de la democracia en España, el modelo autoritario político del régimen anterior fue quedando atrás, y siendo sustituido por un modelo más basado en las libertades. Pasábamos del modelo homogéneo de sociedad en cuanto a estilos de vida y creencias se refiere, a un estilo más plural y diverso, más heterogéneo, en el que las formas de vida comenzaban a nacer más desde las elecciones individuales que desde la imposición social. Con la democracia, hemos asistido a procesos más liberales en cuanto a las formas de vida, hasta el punto en el que hoy podemos elegir sobre formas de vivir la sexualidad según deseo, formas de unión en pareja, formas de entender el estado, concepciones antropológicas muy variadas y antagónicas. Diversidad, diversidad, diversidad, todas articuladas en torno a la cuestión de la tolerancia, que hace posible que todas sean consideradas igualmente válidas, pues no hay ninguna jerarquía de valores que establezca lo que está bien, mal, mejor o peor, tan sólo el derecho es el que delimita lo permitido de lo prohibido en base a unos consensos socio-políticos. Hemos pasado de modelos autoritarios de vida a modelos altamente permisivos y liberales.
Sin embargo, llegados a este momento descriptivo, quiero focalizar desde este contexto, las formas y estilos de vida adolescente y juvenil. ¿Qué espera la sociedad adulta de los jóvenes? En un marco como el actual, la sociedad delimita mínimamente el marco de vida al que un joven puede aspirar. Básicamente, que pueda tener un trabajo digno para poder ser autosuficiente en la vida o independiente, sin que el resto de facetas o dimensiones queden delimitadas o señaladas al respecto. El horizonte de la libertad es prácticamente el único existente: donde antes las familias cristianizaban a los hijos tempranamente, ahora es opcional la elección religiosa; donde antes la familia transmitía unos valores cívicos y familiares sólidos, ahora son más débilmente transmitidos; donde antes las familias enseñaban el valor de la disciplina, el esfuerzo, la austeridad, ahora predomina el bienestar y la sobreabundancia material, e incluso, si antes los maestros eran personas con autoridad, los policías, los médicos, los sacerdotes, los políticos, ahora la libertad de opinión, rebasa cuasi toda potestad que revista autoridad, y en aras del igualitarismo ideológico, todo conocimiento se equipara a opinión con idéntica valía. A parte del trabajo, el resto de valores, conductas, aprendizajes, quedan al albur de lo que de cada niño o adolescente quieran escoger. Es una filosofía de vida bastante arraigada.
Llegados a este punto, por qué no mencionar la multiplicidad de casos en los que los adolescentes convierten los centros escolares en objeto de vandalismo, o el fácil acceso al mundo de los consumos de sustancias tóxicas, lo cual ha dejado de ser algo residual u oculto, para convertirse en hábitos populares y socializados: los botellones y megabotellones semanales entre otras prácticas. El fácil acceso a la pornografía convertido en hábito con la consecuente visión distorsionada de la sexualidad que conlleva. El consumismo inducido de los adultos hacia los niños y adolescentes que vacían de significado el valor del regalo, de la espera hacia el mismo: las marcas deseadas, los dispositivos móviles de alta gama, casi todo se puede tener con relativa facilidad. Muchos adolescentes convierten el sistema educativo en un sitio al que odiar, o del que burlarse: compañeros, profesores, normativa. La altanería alienta los comportamientos, quizá porque hay impunidad y muchos actos resultan inocuos y sin consecuencias. Entre muchos adolescentes, 'ser malote' está de moda. 
Vemos que la generación más joven del momento, que son hijos de la primera generación de padres nacidos en democracia, viven muchos de ellos como trasgresores nativos. Aprenden desde la cuna a hacer lo que les da la gana, dicho en sentido coloquial. 
La generación con más libertad posiblemente de la historia, y la que más ha recibido, no es quizá la que más valía muestra, y no me refiero a la formación académica, que en esto es sobreabundante. La liberalidad ilimitada es una pseudoversión de la libertad. Hace falta replantearse qué es ser libre, para qué somos libres. El poder de decisión sin racionalidad y sin sentido genera vaciedad, absurdo, egolatrías y narcisismos desmedidos, volubles agentes del capricho, del embrutecimiento, de la mezquindad o de la manipulación dirigida y orientada por los mercados. Si estos tipos de conductas son cada vez más frecuentes entre jóvenes y adolescentes -pero sin generalizar, que no es justo- ¿qué filosofía hay latente? Una libertad o concepción de la tolerancia sin delimitación o sin valores como la responsabilidad, la autoridad, la racionalidad o el sentido de la vida, genera generaciones de jóvenes altamente insatisfechos.