José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Volver al Instituto

10/12/2024

Este día había vuelto al Instituto. En la mochila breve, el recorte de mi reportaje a dos columnas en una tercera página de Lanza, junio del 83: El 'tercer Instituto', camino de la normalización, con dos fotos del nuevo centro, solo campo alrededor. Hace cuarenta y un años se llamaba 'Mixto número 3' (hoy, Hernán Pérez del Pulgar) y había deambulado fantasmal, sin edificio propio, por aulas ajenas. Lo enseño y se sorprenden y lo fotocopian para los chavales de 2º de Bachillerato que acuden a escuchar al mismo que firmaba esa información y ahora les va a hablar de articulismo, de libros, de periódicos…
Porque Rocío y Sole, sus inquietas profes de Lengua y Literatura, siguen estas columnas y hasta las analizan sus alumnos, qué cosas, e incluso me reclaman y dudo de ser yo el personaje que relatan y luego les cuenta los porqués de una vocación entre literaria y periodística. De dónde brotan estas columnas de La Tribuna. Esta fogata crítica y perpleja ante la vida que es la escritura, el vivir «en estado de columna», que decía el irónico articulista Julio Camba.
Y ese fragor adolescente que observa los dos libros recopilación de artículos que dejo firmados para la biblioteca del centro. Que nos sigue atento, entre la curiosidad y la lejanía generacional, porque somos un «ser de lejanías», título de uno de los últimos y mejores libros de Umbral. Que allí, en una espaciosa biblioteca en la que revoletean, blancas, por los aires las palomas de Alberti, van apareciendo las emociones que quiere uno transmitir al escribir, los primeros periódicos que uno cazaba al vuelo, como esas palomas de papel, en un tiempo y un lugar donde las primeras letras impresas que entraron eran la Enciclopedia Álvarez de la escuela, el diario As que compraba el primo Carlos o los manojos atrasados de Pueblo que nos traía mi tía Antonia para encender el fogón.
Y me llevo la sorpresa grata de estudiantes como Jaime, en primera fila, ojos que absorben las cosas que se cuentan, pero hasta el final no dice que está escribiendo también. O de Adrián Valbuena que me enseña al final su relato, Horror vacui, uno de los premios el pasado curso de la (nada menos) XXX edición Cuentos del Aula, que convoca el Instituto a nivel nacional. Y me encanta la ingenuidad profunda de sus preguntas, esa curiosidad fronteriza con un mundo que le parecerá de otra galaxia, acaso el mismo del Azorín que ya han estudiado en clase y que escribía mucho en prensa.
Les había hablado de este escribir en la distancia corta, de la pelea semanal con uno mismo. De si lleva esfuerzo o es un momentáneo arrebato. De su inmediatez y cercanía. De cómo uno relata desde lo más trivial a lo más aparentemente sesudo. De cómo esto pueda ser un microrrelato o un apunte ensayístico, y hasta un impremeditado retrato interior. Pero, al cabo, ejercicios de lenguaje.
Autoficción o sueño, nunca me habría imaginado volver así. ¡Va por vosotros!