José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


DANA, espectros

05/11/2024


La foto la publicaba el jueves en contraportada un periódico nacional. A toda plana. De la agencia EFE sin firma (pónganlas, todas tienen autor). No era una más entre las miles que llegan del infierno valenciano de la DANA. 
Está tomada en la autovía V-31, a 300 metros la indicación azul que señala la salida 11 (son los km que faltan para la capital), hacia Sedavi, Castellar y Oliveral. A ambos lados, dos limitaciones de velocidad a 80. Y siguiéndola se llega a Alicante y Albacete. Como en esas playas en marea baja, cuando el mar todavía no acaba de irse, es el asfalto mojado que refleja las sombras de cuatro personas de espaldas, solitarias, algunos parecen asomarse al móvil, más al fondo, casi perdidos entre una cortina de niebla o lluvia fina, parecen atisbarse dos más. Habrán abandonado sus coches o han escapado del agua catastrófica y caminan hacia no se sabe dónde. Son zombis en una imagen espectral, seres que regresan de algún abismo marino. Sus figuras caminan hacia un fondo que disuelve sus siluetas negras, casi borrosas. La memoria me traslada a la tragedia del camping de Biescas (1996, 87 fallecidos), aquel hombre semidesnudo y empapado, deambulando por una carretera, que nos ofreció la televisión.
Y esa misma mañana, tengo en la mano, al lado mismo del periódico, el libro de poemas que mi amigo Juan Carlos, así porque sí, me acababa regalar, La soledad del aguacero (Renacimiento), antología de un escritor cordobés de nuestra generación que no conocía, Rafael Adolfo Téllez, poemas, dice Trapiello en el prólogo, «escritos muy lejos de todo». Tan lejos y de pronto tan cerca. ¿Era un título literario o el pie de foto impremeditado? «Lejos de todo, / desde mi blanca habitación, puedo ver, entre la lluvia, / a mis difuntos deambular de un lado a otro / de la comarca», dice en uno de sus poemas. A vueltas, otra vez, ficción y realidad. Lo que la escritura puede decir sobre abandonos y soledades en medio de la devastación material en una región del país que es la cuarta economía del euro. Comarcas y mentes inundables, planes hidrológicos inexistentes, presas y recanalizaciones por hacer, 120.000 soldados solo para los desfiles de la Hispanidad, una ministra de Defensa que asegura en directo a Sandra Golpe en el telediario que no es competencia suya y que cada cual asuma sus responsabilidades, la talla moral de un presidente del Gobierno que afirma con impavidez que la Comunidad Valenciana no ha pedido ayuda, la elefantiasis administrativa tan superdigitalizada e hipertrofiada de cargos políticos pero inerme, la ayuda extranjera rechazada, maquinaria pesada y grúas que dormirán tranquilas en sus hangares… ¿Es una versión real de El cementerio de automóviles de Arrabal y su teatro del absurdo o de esos autos solidificados del museo Vostell de Malpartida?
En las calles, arracimados voluntarios y donantes, ese ejército solidario e idealista que ha retratado a un país y a una clase política. Y el domingo, Paiporta, epicentro de las riadas y de la indignación del pueblo llano (basta de espantajos ultras), mostraba al mundo las grietas de un Estado.