Juan Villegas

Eudaimonía

Juan Villegas


Prudencia

10/05/2024

Preocupa cada día más, ya no solo a los intelectuales que observan la realidad desde sus privilegiadas atalayas teóricas, el estado de salud de nuestras democracias. Desde que Steven Levitsky y Daniel Ziblatt analizarán en Cómo mueren las democracias el deterioro de la calidad democrática en los Estados occidentales se han venido sucediendo ensayos, artículos, congresos innumerables a propósito de estos procesos de degradación. Otros dos autores, Sergéi Guriev y Daniel Treisman han publicado recientemente Los nuevos dictadores. El rostro cambiante de la tiranía en el siglo XXI, libro que podría entenderse como una continuidad del referido porque la consecuencia más lógica de la degradación de la democracia es el advenimiento de los nuevos tiranos. 
Estos nuevos tiranos  nada tienen que ver, según estos autores, con sus antecesores más inmediatos o con los que aún resisten en sus bastiones totalitarios, aunque, eso sí, la finalidad última de estos nuevos autócratas sigue siendo la misma: la monopolización del poder político. En cambio, a diferencia de aquellos, los nuevos tiranos consideran que más eficaz que el uso del terror y la violencia es la reconfiguración de las ideas y de la mentalidad de los ciudadanos. La fuerza la sustituyen por la manipulación y para ello su objetivo es controlar la información simulando procedimientos democráticos. Por otro lado, operan  la desinstitucionalicación de la democracia, en el sentido de que personalizan las instituciones fundamentales en el funcionamiento de la democracia (Tribunal Constitucional, Poder judicial, Fiscalía, Tribunal de Cuentas, por ejemplo) haciéndolas depender directamente de sí mismo  a través «extensiones de su persona»(individuos que actúan teledirigidamente por el líder). Los  nuevos dictadores no dudan en utilizar el engaño, la farsa, la trampería para  conformar a la población o, incluso, para conseguir que lo ensalcen con auténtica devoción y entusiasmo. Max Weber distinguió entre los distintos tipos de legitimación del poder aquella forma que se fundamenta en «la autoridad del don de gracia extraordinario y personal (carisma) y la devoción absolutamente personal en las cualidades de predominio personal» (esta es la dominación carismática tal como la ejerce en el campo de la política el gobernante por plebiscito, el gran demagogo o el autócrata).  Otra forma de legitimación es la que se fundamenta en la «legalidad, en virtud de la aceptación del estatuto legal y la competencia funcional basados en normas creadas racionalmente» (esta es la legitimación que sostiene al servidor del Estado democrático). La amenaza de nuestras democracias, por tanto, consistiría en una regresión hacia formas de poder legitimados sobre el carisma, propio de sistemas autoritarios, totalitarios y predemocráticos. Este proceso queda muy bien ilustrado en una película que recomiendo, La ola. Este largometraje de 2008 está basado en el experimento de la Tercera Ola (que se llevó a cabo en un instituto de California en 1967). Un profesor quiere demostrar a sus alumnos que Alemania no estaría vacunada contra la autocracia y que el ascenso de regímenes autoritarios podría llegar en cualquier momento nuevamente. No creo que destripe la película si digo que, esquemáticamente, la sucesión de acontecimientos es  la siguiente:  identificación absoluta de los alumnos con la persona del líder y obediencia ciega hacia él (el profesor se convierte en el puto amo). Se expulsa fuera del grupo a aquellos que mantienen una posición crítica respecto al líder. Se les separa y se les manda a otra clase (al otro lado del muro). Se les priva de sus derechos, por ejemplo, se les impide la publicación de artículos críticos en el periódico del centro. Se consideran erróneas  sus posiciones y se les sitúa en el «lado equivocado de la historia» y a continuación se les valora moralmente en función de sus ideas: son los malos. El siguiente paso es hacerlos responsables de todos los males y problemas que sufren los que están en el lado bueno de la historia. Y ¿qué viene después? ¿qué viene después del gueto? ¿Los trenes hacia Auschwitz?¿el Gulag? Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo lo describe perfectamente: convertir a los sujetos en cadáveres vivientes. 
Tiziano tiene un famoso cuadro titulado la Alegoría de la prudencia. En la parte superior de esta pintura hay una inscripción en latín que viene a decir algo así: «Desde la experiencia del pasado, prudencia en los actos del presente para no echar a perder los actos del futuro». Si bien hoy parece que hemos renunciado a que la ética pueda ser un cauce para la acción política y en tanto que encontramos luz para una verdadera regeneración de nuestros sistemas políticos, al menos  seamos prudentes. Pidamos prudencia en los ciudadanos y prudencia en quien tiene que decidir sobre asuntos que atañen a todo un país. La vida pública está muy necesitada de esta virtud de la inteligencia para poder deliberar rectamente respecto de los bienes y los males. Pero ¿será esto como pedirle peras al olmo?