Ha salido a la calle la primera edición del Festival de las Ideas. Desde el pasado miércoles hasta mañana día 21, que se clausurará con un concierto en la Plaza de España, se está desarrollando en Madrid un macroevento al que los organizadores han llamado Festival de las Ideas, una experiencia colectiva y popular de diálogo, de escucha de ideas y pensamientos para provocar una catarsis social a través de una variada propuesta de actividades abiertas al publico y gratuitas (Speakers´ Corners, paseos filosóficos, cafés filosóficos, mesas redondas, debates, feria del libro de filosofía …) que tienen como escenario algunas de las más importantes calles y plazas de la capital de España. Reconocidos filósofos, músicos, dramaturgos, poetas, ensayistas, músicos, historiadores, sociólogos, periodistas, han sido convocados para contagiar el ágora de reflexión, para hacer prender en medio de la ciudad el escaso y urgente hábito de pensar.
Más allá de la concurrencia que pueda estar teniendo esta primera edición y de las limitaciones que una propuesta como esta necesariamente tiene, el evento ofrece un potente simbolismo que hoy se hace muy necesario. Hay urgencia de pensar y todas aquellas iniciativas que visibilicen esta necesidad o contribuyan a devolver a esta actividad específicamente humana el valor que tiene creo que se merecen un gran aplauso y reconocimiento. En el contexto social y cultural que nos rodea la reflexión pausada y esforzada que conduce a la profundidad de las cosas, a su sentido y a la verdad en el conocimiento está siendo anulada o sustituida por una atención que transita como un saltimbanqui por la realidad saltando por la superficie de las cosas, excitada y nerviosa, de aquí para allá sin detenerse ni ahondar nunca en nada. Noto, no obstante, si hubiera que ponerle alguna pega a esta propuesta, que al mismo tiempo que el evento quiere celebrar el pensamiento como antídoto contra la incertidumbre, los organizadores no se han atrevido o querido (no sé si llevados por sus posiciones o quizás por la autocensura que impone la cultura relativista que nos asedia y que tiene aversión a la verdad) a hacer alusión alguna en los medios de promoción y difusión del evento a la finalidad principal del pensamiento, que no es otra sino el de la pretensión de alcanzar la verdad de la realidad. La Feria de las Ideas se anuncia como una gran celebración de la diversidad y la diferencia de criterio, de la polifonía de la inteligencia, del diálogo, pero la pluralidad de planteamientos y el diálogo por sí solos de nada nos sirven si no logran encauzarse hacia la verdad, porque es la verdad lo que termina disolviendo la incertidumbre.
Urge llevar el pensamiento y la reflexión a las calles, devolverle su dignidad arrebatada. El saber no puede quedarse refugiado en sus torres de marfil alejadas del cotidiano transcurrir de la gente. Hay que hacer partícipe a los ciudadanos del deseo de saber y del ejercicio de la razón. A lo largo de los siglos, sociedades, instituciones y personas se han empeñado con incomparable tesón en esta labor. Desgraciadamente, en muchas ocasiones el conocimiento ha servido para levantar muros, establecer distancias, hacer valer privilegios y ostentar un poder opresor. Al saber se le debe exigir responsabilidad para romper las cadenas de la esclavitud de la ignorancia, tiene que salir a la calle y hacerse partícipe a todos, sin dispensas del esfuerzo y trabajo que conlleva. Hoy se desprecia la actividad intelectual y se tacha despectivamente de elitismo todo aquello que pretenda ir más allá de una cierta cultura basura estandarizada y producida en cantidades industriales para distribuir a una masa acrítica e idiotizada. Las sociedades deberían estar mucho más preocupadas por, como diría Kant, que sus ciudadanos alcanzasen "la mayoría de edad" que por sacar adelante medidas como las anunciada el martes por el Gobierno de España, ese denominado Plan de Acción por la Democracia, 31 medidas cuya finalidad, dicen, es la regeneración de la vida democrática de nuestro país. El mejor y más adecuado medio para la regeneración de la democracia es contribuir a que los ciudadanos sean capaces de pensar. Ciudadanos cultos, que estén bien formados y sean capaces por sí solos de discernir entre la información basura y la de calidad, ciudadanos que no necesitan el auxilio o tutela del poderoso de turno que decida por ellos qué se debe o no leer.