Juan Villegas

Eudaimonía

Juan Villegas


Paciencia cognitiva

01/03/2024

Hablar o escribir hoy sobre la importancia de la paciencia, inmersos como estamos en una cultura de la inmediatez, no sé si podrá calificar de ingenuidad, osadía o necesidad. Vivimos en un tiempo acelerado, en un presente continuo, donde el mañana tiene que ser ya, aquí y ahora. Nos hemos acostumbrado a que la satisfacción debe ser instantánea, la  recompensa inmediata, la gratificación momentánea, todo al alcance de la mano, de un clic, de una orden. Por eso, hoy tan solo sugerir que es valioso saber esperar soportando esta espera sin alterarse es cuanto menos arriesgado.
Es muy conocido, incluso más allá del ámbito especializado de la psicología,  el experimento que en 1970 realizó Walter Mischel y que se conoce como el test de la golosina. Este experimento consistía en poner dentro de una habitación a un grupo de niños de entre cuatro y seis años delante de una mesa repleta de golosinas y se les dijo que se iban a quedar   solos durante un rato.  Al mismo tiempo se les pedía que no las cogiesen y que si eran capaces de esperar hasta que llegasen los adultos podrían tener luego las que quisiesen. Hubo, evidentemente, niños que cogieron las chuches y otros que fueron capaces de esperar. Pues bien, el equipo de Walter Mischel ha hecho el seguimiento de estos niños durante más de cuarenta años. En este tiempo han podido ir comprobando grandes diferencias entre las vidas de quienes no pudieron resistirse a coger las golosinas y aquellos que sí fueron pacientes y aguardaron a que llegasen los adultos. Por ejemplo, los segundos  habían tenido mejores notas a lo largo de su vida académica, habían tenido mejor comportamiento, habían sido menos conflictivos y habían alcanzado mejores puestos de trabajo. 
Los beneficios de la paciencia son muchos y contribuye a mejorar algunos aspectos importantes de nuestra vida,  en el terreno de los afectos, de las relaciones personales y,  especialmente, en el conocimiento.  Ser paciente nos ayuda  a mejorar. El experimento de Walter Mischel,  psicólogo experto en la personalidad y en el autocontrol, no hace otra cosa que confirmar algo que ya en nuestra cultura se sabe desde hace siglos.  Esquilo, en su tragedia Agamenón pone por primera vez  por escrito una sentencia tan acertada como a la vez  tan mal interpretada y peor  aún aplicada a lo largo de la historia: Pathei mathos, El aprendizaje debe ser paciente. Escribe Esquilo: «Zeus ha decretado que los hombres adquieren sabiduría, solamente en la escuela de la pathei». Desde que Esquilo escribió estas palabras muchos, me parece, han  malentendido su verdadero significado y en la traducción de  este termino consideraron que lo importante era resaltar el significado de  sufrimiento o padecimiento.  De ahí esta otra sentencia que tantos problemas ha causado en la educación: «La letra con sangre entra».  Creo que las palabras de Esquilo más tienen que ver con esperar que con sufrir, con la capacidad para hacer cosas pesadas y minuciosas que con el tormento que supone una instrucción mal entendida, con la lentitud que se requiere para hacer las cosas bien que con el sufrimiento por el sufrimiento, en definitiva, con la necesidad de dedicación, esfuerzo, atención y con la capacidad para esperar a que llegue en su debido momento el fruto o  la recompensa esperada.  Algunos años después, Aristóteles teorizó sobre la importancia de la paciencia en este mismo sentido. En su libro Ética a Nicómaco,  consideró que la paciencia era una virtud que implicaba la capacidad de tolerar las dificultades y adversidades con tranquilidad y serenidad. De ahí la importancia que le da como parte de la virtud moral destacando su papel en el desarrollo del conocimiento y la sabiduría. No hay conocimiento y sabiduría sin paciencia, sin tiempo, sin dedicación, sin espera. 
Recientemente un grupo de filósofos e intelectuales han firmado el Manifiesto de Lubliana, del que desgraciadamente poco se ha hablado en nuestro país. En este manifiesto se alerta sobre la importancia de la lectura profunda, la metacognición y la paciencia cognitiva. La realidad es compleja, complicada y quien se enfrenta a ella para desentrañar su significado, para llegar a entenderla, precisa de unas dosis altas de paciencia. Necesita tiempo, trabajo pausado. La cultura de la inmediatez, favorecida en gran parte por las nuevas tecnologías (que tantas cosas buenas nos ha proporcionado, sin ninguna duda) han favorecido también una cierta pedagogía que más que preparar a las personas para desenvolverse y entender lo complejo, para lo que se requiere mucha paciencia, tienden a simplificar la realidad, a superficializar todo, contenidos, métodos, tareas, con el fin de hacerla lo más inmediatamente asequible. Rescatar en estos tiempos algunas enseñanzas de una cultura clásica que tanto nos ha dado no es un quedarse en el pasado sino un preparar el futuro de la mejor manera posible. Aprender es como sembrar, sus frutos solo se pueden ver con el paso del tiempo y para eso hay que tener mucha, mucha paciencia.