La semana pasada, en la feria del libro de Madrid, observé, en una de las casetas, a una niña que estaba subida en un taburete mirando libros infantiles. Aquella deliciosa escena me pareció una metáfora preciosa de lo que debe suponer la lectura y la formación.
Esa pequeña, ávida de conocimiento, vencía el obstáculo de su estatura para acceder a cuentos que la invitaran a soñar, a despertar más su imaginación y a crecer como persona.
Ella, como tantas y tantos menores que viven en este lado del mundo, tiene la oportunidad de poder leer y asistir a un colegio.
Al verla pensé en las mujeres afganas, iraníes y de tantos países a las que se les niega este privilegio, que debería ser un derecho universal, de recibir una educación que las encamine a un futuro digno.
Pensé, también, en todas esas mujeres que, a lo largo de la Historia, han tenido que esconderse para poder estudiar. Y también en aquellas que tuvieron que ocultar lo que sabían y lo que creaban bajo el nombre de algún caballero para que sus descubrimientos u obras fueran aceptadas.
Esa imagen de una niña pequeña subida a un taburete para acceder a los cuentos de una librería, en un lugar público, refleja uno de los logros más importantes que se han producido en el mundo: La igualdad en el acceso a la cultura para hombres y mujeres. Y es tristísimo y un gran lastre para la humanidad que aún ahora, en pleno Siglo XXI, no sea una realidad en todos los rincones del planeta.
Hoy, al pensar en esta niña, con tanta curiosidad y con esta plena libertad para luchar por lo que quiera, no puedo evitar que a mi mente acudan las noticias de los últimos posibles crímenes machistas que se han producido en nuestro país y que han costado la vida a cuatro mujeres y a dos criaturas. Los menores fallecidos, niña y niño, de 5 y 7 años, eran hijos de su agresor que al parecer había confesado su intención de "no ir él a la cárcel y dejar a su mujer fuera de ella".
Aún hay hombres, por mucho que nos cueste asumirlo, que no soportan que sus esposas, novias o exparejas dispongan de libertad y de una vida propia, sin ellos. Con este pensamiento son terriblemente capaces de matar a sus propios hijos con tal de vengarse de alguna ofensa que, según ellos, provocan sus parejas o ex y que solo está en sus cabezas.
Sigo pensando en esa niña y en todas las que, como ella, están educadas para leer, estudiar y elegir libremente a sus parejas y sus profesiones. No puedo evitar que me recorra un escalofrío terrible al imaginarme que ese derecho de ellas, de nosotras, a ser libres y decidir nos sea arrebatado por algún hombre que no tiene ni idea de lo que es el amor y que tanto odio es capaz de amasar y sembrar a su alrededor.
Descansen en paz todas estas víctimas inocentes. Ojalá fueran las últimas.