Confesión: me propuse no escribir del beso famoso y más mediático de la historia, aprovechando también que aconteció con el columnismo vacacionando, y aquí me tienen tecleando a ósculo limpio e incumpliendo el propósito, como si a estas alturas se pudiera aportar algo sobre el zafio suicidio moral de un expresidente futbolístico; pero cómo huir de tanto besuqueo si nos echamos a la cara otro beso —pintado esta vez— que podría ser, se avecina que va a ser, signo de aconteceres más graves para la convivencia y la unidad de este país.
Con sabor a traicionera amnistía al golpismo separatista, a cambio de siete votos siete por el poder, es el beso que ha versionado —acaso anticipándose en un remake bastante amargo— el artista urbano TVBoy en una pared del Parc de Glòries barcelonés, con Pedro Sánchez (PSOE) y Carles Puigdemont (Junts) como protagonistas y el mismo rótulo («Dios mío, ayúdame a sobrevivir a este amor mortal») que aparece al pie del famoso beso que se aplicaban en sus bocas comunistas Leónidas Brezhnev (URSS) y Erich Honecker (RDA), pintados en 1990 en los restos del muro de Berlín, y repintados cada poco para solaz fotográfico del turista. El soviético dicen que morreaba con fruición al primer dirigente que se le ponía a tiro, sobre todo de su cuerda, aunque hay quien supo esquivar el tornillazo (Fidel Castro no quitándose el habano de la boca).
Y es que hay besos para todos y de todo jaez. Besos castos y lujuriosos, besos tiernos, de compromiso, besos de pico… y pala, besos protocolarios, besitos superficiales y enroscados, besos vampíricos y de mujer fatal, besos interminables que despiden y alborozados y deseosos que reciben. Los hay celebrativos y fúnebres. Besamanos de rito protocolario monárquico, besapiés de los cofrades al Cachorro en Triana y besos de carmín en las cartas de amor. Los besos han sido cantados, versificados, fotografiados, pintados. Los besos sellan y abren. El primero de cualquier enamorado es inmortal. El de Grace Kelly a James Stewart en La ventana indiscreta —plano subjetivo, casi desenfocado, a cámara lenta, oh— es único, incomparable entre tantísimos besos de película.
Los besos tienen su sonido, su onomatopeya propia que a veces acompaña a ese abrazo que atrapa y entrelaza los cuerpos. Son como la voz en off de un pacto de silencio. Siempre hay un antes y un después del beso. Y me pregunto si en ese beso medio clandestino, a quien huyó de la justicia española en un maletero, que están negociando a cambio de una investidura —anticipado en Bruselas por las carantoñas de la vicepresidenta, y luego por el socio PNV—, y que va a costar horrores tragarse a muchos ciudadanos e incluso a sus beneficiarios políticos, habrá también un antes y un después, y una FIFA y un CSD y un TAD y una escandalera internacional como la que montaron. Mortíferos besos.