José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Rosa García, figurinista

14/01/2025

Qué misterios los de edición. Qué inciertos caminos depara al editor. Qué extraños enigmas relacionan imagen/palabra. Lo icónico, el texto. La sintaxis, la forma. Aquel día del lejano 97 se reformulaba así algo diferente en la nueva colección infantil Calipso (BAM), con seis títulos en seis años: una serie magnífica de ilustraciones a color, un título, la idea de un argumento… Rosa García Andújar había dibujado una historia del profesor Jesús Sancho, fallecido en plena madurez, y con quien ella se inició en el teatro. Dibujar un país de siete colores lo transformamos en otro universo: en crear palabras que ilustraran los dibujos, en alterar los usos habituales como quien altera los flujos de las emociones creativas, en que la escritora Martín de Almagro construyera su edificio de letras y lo hizo, oh, sorpresa, con magistrales versos, para acabar conformando El sol camaleón, seguramente el mejor álbum infantil gran formato (22 páginas, siete láminas finales) que se haya publicado entre nosotros, todavía muy vivo en esa colección.
Rosa entonces había dirigido un cortometraje (Los cinco guijarros) y, como figurinista teatral, incluso trabajado ya con Paco Nieva, años iniciales de una de las más importantes profesionales de las artes escénicas españolas. Recordaba uno el camaleónico libro la tarde del jueves cuando ella ingresaba en el Instituto de Estudios Manchegos haciendo un canto a la profunda seriedad de la diversión y al espectáculo que representa lo que denominó «la humanidad dramática». Y cuando se refería a la paradoja de nuestra existencia o a que «somos el enigma que nos confunde» parecía como, si por sus palabras, se filtrara el espíritu burlón y burlesco de aquel sol cambiante y perdido que un buen día encontró para siempre libro y versos. 
Palabras de la figurinista ciudarrealeña que a su vez iban deslizándose, en las pantallas del salón de plenos, como acariciando los detalles del dibujo en línea de sus numerosos personajes teatrales, ahora en una austeridad de grisallas, acaso, como dijo Cézanne —y recoge el alemán Peter Sloterdijk en su libro Gris. El color de la contemporaneidad—, «mientras no se haya pintado un gris no se es pintor». De la efusividad del sol infantil en una epifanía loca de colores, a la gris textura dibujística de sus bocetos contemporáneos, Rosa hablaba de esencialidad y de ética, al tiempo que se decía heredera de Nieva, del ácrata italiano Darío Fo y de la diseñadora Ivonne Blake. Esa misma libertad creadora que le ha llevado a este primer reconocimiento público en su tierra, aunque a muchos confunde que, a estas alturas de su carrera, todavía la profesión le deba uno de esos premios goyas escénicos que responden al sobrenombre de Max, por el personaje valleinclanesco, tan inexplicablemente olvidadizos con su talento.
Recorro ahora aquellos arrebatados soles para niños del libro y estoy viendo a la vez sus imaginativas vestimentas, la piel auténtica de sus personajes que jamás engañan.