Mirar dentro o al costado del año que muere como un réquiem mozartiano eterno. La duda melancólica del cronista semanal. Enredarse con tantas listas que resumen meses fugaces, sean las palabras más buscadas en internet, las más de cuatro mil modificaciones y nuevos términos de la RAE, los apretados y apresurados resúmenes y recomendaciones navideñas, o, por qué no, las de los tantos sospechosos de corrupción política/ética que visitan los juzgados estos días.
Porque nadie es del todo dueño de su mirada. Y la suya tampoco. Y escapa o se reconcentra. Hasta asomar, quién sabe, fuera de acolchamientos de temporada baja y bombillitas efímeras. O seguramente asomarse a él, infiltrarse en sigilo entre sus horas lentas. Imágenes que son sueños fuera del tiempo, y que acuden sin premeditación alguna, como las de esa película de la Fox, de otro tiempo, El fantasma y la Señora Muir, la que el añorado novelista y articulista Javier Marías dijo su favorita, si tuviera que elegir solo una. Eso lo anotaba al margen del texto impreso con su pluma zurda y azul, la misma con que me firmaba el ejemplar Vida del fantasma donde recolectaba sus opiniones en prensa, como fantasma, figura literaria predilecta, venía a escribir, porque no le pasan ya cosas de verdad pero se preocupa todavía por lo que pasa.
Formaba parte aquel texto de un encargo para un libro francés de Cahiers du Cinéma. Y se enganchan las letras a las imágenes hipnóticas y tan lejanas de Mankiewicz, la belleza de la joven viuda Gene Tierney, la espectral apostura del enamoradizo del capitán navegante Rex Harrison («mi amor», le susurra en dos ocasiones a ella), la narración en estado de gracia, de lirismo y sobria intensidad. ¿Cómo es posible mantener la sonrisa permanente ante una historia tan desoladora y que tan bien conoces de antemano? Amar lo soñado o fantaseado. Añorar los viajes del capitán y que él exprese lo que se han perdido juntos, del Cabo Norte a las Falkland. Imposible que el cine viaje más lejos sin salir de una casita inglesa frente al mar, como no acudir a las últimas palabras nostálgicas del androide rubio en Blade Runner antes de morir.
Al fin, recordar o eximirnos de hacerlo. O, como añadía a mano el joven Marías, vivir las cosas para recordarlas después, abolir en definitiva un tiempo, diría el cronista, que desconocemos qué es y dónde está. Ni presente ni pasado, como esa belleza y magistral elegía de Sam Shepard, Espía de la primera persona (Anagrama, 2023), un testamento literario que no le dio tiempo a corregir pruebas acosado por la ELA. Hijo de una generación norteamericana de posguerra que lo vivió todo —guionista de Antonioni, amante de Patti Smith, Jessica Lange—, y en su crepúsculo miraba, breve y filosófico, dejándonos fragmentos extraños, recuerdos secos. Fantasmales espías, fronterizos y libres que asomaron hoy hasta aquí.
¡Stille Nacht!