Como todos los años en estas fechas llega al calendario la navidad, días de celebraciones familiares, de intercambiar regalos, de buenos deseos recíprocos y propósitos para el año nuevo, de reuniones de amistad y comidas de compañerismo y confraternización y, en el Occidente en el que nos encontramos todo ello lo realizamos bajo un trasfondo religioso más o menos consciente y más o menos aceptado como hecho religioso y, aunque en muchas celebraciones no esté manifiestamente el sentido cristiano de la fiesta, el motivo del fiesta lo es, pues todo el mundo celebra la navidad y, aunque no lo haga cristianamente, celebra un derivado.
No voy a descubrir nada nuevo si nos remontamos al origen cristiano de esta fiesta, desde los albores del régimen de cristiandad en el 380 d.C. con la declaración de Teodosio del cristianismo como religión oficial del Imperio. Son muchos siglos de cristianismo a nuestras espaldas como para superar de un plumazo la religiosidad humana.
Antes de que el cristianismo evangelizara las estructuras grecorromanas clásicas convirtiendo la cultura grecorromana en civilización cristiana, las religiones politeístas eran el subsuelo antropológico y vivencial de la vida cotidiana tanto del Imperio Romano como de Grecia, desde las que se explicaba todo y cualquier fenómeno de la vida: cómo había surgido el origen de la tierra, del mar, de la victoria en la batalla, había patrones para cada ciudad -Atenea de Atenas, etc.- hasta encumbrar el Olimpo de los dioses estando en la cúspide de la jerarquía: Zeus. Había deidades para todo y en todo momento y circunstancia. Eran deidades hechas a modo y semejanza del ser humano, concebidas por las mentes pensantes e imaginativas del momento para encontrar una razón de ser de todo cuánto acontecía: el mito. Mito no equivale a irracional, sino a explicación simbólica o imaginativa que el ser humano ingenia para dar razón de todo aquello que se escapa a su control y/o demostración directa o explicación cierta.
Llama la atención que, en aquel contexto, emergiera una nueva religión que se propusiera como la nueva y única religión, pues si era única todas las demás habían de desaparecer o quedar subsumidas en la nueva era cristiana, empezaba una era diferente, augurada por el nacimiento del mismísimo Dios. A ojos de los coetáneos romanos, ¿se trataba de un dios más, o por qué darle un trato como Dios diferente exclusivo y excluyente? El politeísmo era connivente con cualquier divinidad, la clave para la convivencia social era la tolerancia religiosa y plural indefinida con todos los dioses. Si los grecorromanos eran tolerantes con las divinidades, la nueva religión no lo era con el resto, y del mismo modo que el cristianismo había sido perseguido en sus inicios, al convertirse en religión oficial, se volvería intolerante y perseguidora también de otras religiosidades. Eran, en cierto modo, las guerras de religión de la antigüedad.
Pero a pesar de todo el ciclo de persecuciones, tanto las recibidas como las realizadas por el cristianismo, y más en concreto por la Iglesia católica, ortodoxa y protestante, que son las confesiones habituales de la geografía occidental, todas estas confesiones se han ido imponiendo con el tiempo, y han creado y sembrado las tradiciones y costumbres culturales con sus contenidos y símbolos religiosos -de lo que hablábamos al principio: pues se quiera o no, vivimos bajo el paraguas del cristianismo en Occidente-.
¿Pero, por qué el hecho religioso tiene tanta fuerza antropológica, directa o derivadamente? En momentos en que las confesiones han mantenido alianzas con el poder civil y político, la influencia ha sido mucho mayor, pero en momentos como los corrientes, en los que las confesiones son más bien desplazadas del sentido humano de la vida mayoritariamente, ¿por qué el hecho religioso no desaparece definitivamente? ¿cuál es el origen o momento 0 en el que el ser humano despierta a un sentido trascendente del mundo, de la vida, de su persona?
La historia de las religiones constata que hay religiones que nacen desde abajo, son creadas por el ser humano y, y también hay religiones caídas desde el cielo, pues vienen al ser humano por relevación -las monoteístas-. Hoy día, predominan el ateísmo práctico, la increencia, las culturas no son monopolizadas mayoritariamente por las confesiones, sin embargo, la fe o creencia humana, ¿ha desaparecido radicalmente? Si observamos el gran poder salvífico que se le otorga a la tecnología, o a la economía, o al poder político ¿no podemos afirmar que existe una tendencia creyente innegable por parte del ser humano para creer en un elemento que por sus características y poder propio sea salvífico, caso de la inteligencia artificial? Cuando vemos colas inmensas ante determinadas administraciones de lotería, o cuando vemos que las tecnologías se imponen omnímodamente, no podemos dejar de pensar que la condición del ser humano sigue siendo esperar un mesías. Y eh ahí la cuestión: ¿dioses venidos desde arriba o dioses creados por nosotros? ¿creer que el dinero nos puede dar la mejor vida posible no es un pseudomito? Crear una navidad sin Dios, pero vistosa con luces y mercados, ¿no deja de ser acaso una religión a nuestra medida: politeísmo?