Juan Villegas

Eudaimonía

Juan Villegas


Sol y sombra

28/06/2024

No, esto no va de esa bebida  viejuna que hoy ya nadie pide ni sabe lo que es, esa que se servía en las tabernas en copas pequeñas de brandy, mitad anís y mitad "coñac" (el nuestro, el de aquí). No. Ni tampoco  va de toros -todavía algunos llevamos impresa en la mente la asociación de esas palabras a la fiesta nacional- ni se me ocurriría adentrarme en estos terrenos en los que tan magníficamente se mueve nuestro querido Rafa Zaldívar. Va, ¡como no!, de filosofía.
Los antiguos griegos pensaban que el origen de la filosofía estaba en la admiración. Escribe Platón en su diálogo Teeteto  que «el admirarse es un sentimiento propio del filósofo, y la filosofía no tiene otro origen que la admiración». Admirar es detener la mirada en alguna realidad, caer en la cuenta de que es y maravillarse por su existencia.  Sin la mirada, sin la vista y sin la luz que la hace posible no hay ni admiración ni, en consecuencia, filosofía. Admirar, es a-luz-inar con cualquier cosa que existe. La filosofía, por tanto, nace de la luz, es luz, es poner luz, extender un manto de claridad sobre la realidad. El conocimiento es ver lo que las cosas verdaderamente son. Parménides, uno de los más importantes filósofos presocráticos, narra algún siglo antes de Platón, en un escrito en forma de poema que se atribuye a él: «Las doncellas del sol se apresuran a conducirlo hasta la luz (al filósofo)». Esta idea de comparar el conocimiento con la visión queda instalada definitivamente en nuestra cultura con el conocido mito de la caverna de Platón, quien compara la ciencia, el verdadero conocimiento, con la plena visión. El filósofo conoce la realidad  como quien ve las cosas a la plena luz del día, cuando el sol está en lo más alto del cielo.  Posteriormente, en la Edad Media, en el Renacimiento, podemos ir encontrando innumerables ejemplos de la prevalencia de esta metáfora y es con la Ilustración, el siglo de las luces, cuando se lleva hasta lo absoluto y se identifica plena y exclusivamente  el conocimiento con la visión y la luz.
Pero para Platón y Aristóteles, la filosofía no solo nace de la admiración. La filosofía es hija también del asombro. Etimológicamente "asombro" significa aproximarse, ir hacia, estar cerca o bajo la sombra, la noche, la oscuridad. Asombrarse es por tanto adentrarse en la sombra, en la oscuridad, hacerse en la noche. Platón identifica el asombro como un estado del alma, es un pathos, un pasión, un modo de estar del ser humano.  La filosofía no sería solamente el camino hacia la luz sino que el conocimiento implicaría también estar en  sombra y la penumbra.  Por tanto, la filosofía, el acercamiento al conocimiento de la realidad,  es entendida desde sus comienzos al mismo tiempo hija de la luz y de la oscuridad.  Y es que hay cosas que solo se entienden en la sombra y en la oscuridad. Algunas situaciones exigen que cerremos los ojos para ver con más claridad, para entender mejor. La noche nos permite ver otras profundidades, tener acceso a otras perspectivas. Pienso ahora en los catadores de vino o de aceite. En un determinado momento, si quieren extraer definitivamente el ser último de lo que están probando, todo lo que lleva dentro,  tienen que cerrar los ojos para llegar a esos rincones a los que es imposible llegar con ellos abiertos. El saber, en este sentido,  tiene mucho que ver con el sabor, porque saber es, también etimológicamente, saborear la realidad,  degustarla, para,  al igual que el catador,  cerrando los ojos, en la oscuridad,  poder descubrir sus cualidades más profundas. La sabiduría es el entender la realidad en su profundidad, más allá de lo que se ve, de su e-videncia.
 Ha ocurrido que la metáfora del conocimiento como visión y como luz ha sido tan potente que  ha monopolizado el sentido del conocimiento y lo ha reducido hasta tal punto que  hemos terminado  asumiendo que solo lo visible existe y puede ser conocido. Este modo de entender, sin ninguna duda, ha abierto y despejado grandes vías de progreso pero ha ahogado también otras tradiciones que pueden venir a complementar una visión del conocimiento mucho más amplia y rica. El conocimiento humano, el que nos lleva a la verdad de las cosas es ciencia, pero también  sabiduría.
En estos días de verano cómo se busca la sombra de esos árboles grandes y frondosos para cobijarse bajo sus ramas y sus hojas, para aligerar y aliviar  en su penumbra el peso del estío. Estos árboles son como santuarios, abovedados de maderas vivas,  un claustro que invita al recogimiento y al asombro. Desde bajo uno de estos árboles os invito a un verano para la sabiduría, para el saboreo de una realidad más allá de lo visible. Feliz verano.