José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Valle/Umbral

21/05/2024

Sin premeditación alguna se han solapado en mis lecturas Valle-Inclán y Paco Umbral. El placer no programado de leer a la vez. De leer simultáneamente acerca de dos genios insolentes de nuestra literatura. De ahí la barra ortográfica del título, la misma que tanto usaba el segundo en sus columnas, con significado tan libre. Dos creadores de lenguaje que se solapan también en los mares literarios y que, en esta ocasión, ha sido como un ir y venir, un oleaje indistinto de páginas, a un lado y a otro, que no vean cómo me cuesta frenarlo en esta breve dársena de los 21 kb.
Llegó primero a mis playas tranquilas la monumental biografía escrita precisamente por un manchego de Arenales de San Gregorio, Manuel Alberca, La espada y la palabra. Vida de Valle-Inclán (XXVII Premio Comillas. Tusquets, 2015), acertada recomendación del profesor Barrajón. Pero entre sus muy numerosas páginas se filtró el inaplazable libro de José Besteiro Francisco Umbral, manual de instrucciones (Renacimiento, 2024, prologado por otro umbraliano, Ángel Antonio Herrera), una obra original, jugosa, sin notas al pie, que fluye como un artículo-río gobernado a cuatro manos, que indaga, afilado y rendido a la vez, en los temas, traumas y perversiones del prolífico articulista que no podía dejar nunca de escribir o escribirse. Porque las novelas del autor de Mortal y rosa, la mejor sin duda, son él, como los libros sobre sus autores predilectos, así el dedicado a Valle, Los botines blancos de Piqué.
Entre la minuciosa y ardua investigación de Alberca en la vida y obra de Valle (1866-1936), de una producción enorme de títulos desde el modernismo hasta su acuñación del esperpento, va dejando en el lector la dimensión de un innovador total, donde escritor y personaje se confunden, hasta perjudicarse incluso, donde lo ideológico nunca es un molde, más bien una rebeldía desde su carlismo estético, ni es algo que condicione en absoluto su torrencial poético, su mordacidad y lo temerario de sus comportamientos; de un «quijotismo irredento», lo describió Rubén Darío. Estoy viendo también, a distancia, al Umbral contradictorio: de la izquierda cheli, Carrillo y Tierno, a sus marquesonas y Rajoy. Y del singular personaje con capa, largas barbas y quevedos, manco por una disputa, arquetipo valleinclanesco por definición, al abrigo corto, bufanda roja y gruesas gafas de pasta umbralianos, «un envase que los hace inconfundibles», dice Besteiro.
Umbral (1932-2007) sí que se mira en el espejo adjetivador y en buena medida esperpéntico de aquel. Aprende de Valle la osadía y se disfraza de borde, mezclándose de Proust y Tom Wolfe, para contar la Transición, como el primero contó el reinado de Isabel II. Dos esnobs a su manera. Valle, el autor para extensas minorías que revolucionó el teatro español. Umbral, el escritor que pega fuego al idioma y a él mismo cada día. Dos versos libres.