Unos días antes de recibir el Premio Nobel de Literatura, allá por 1982, el colombiano Gabriel García Márquez fue entrevistado en México. El periodista le preguntó por el escritor que más le había influido en su vida literaria, a lo que él respondió que Gabriel García Márquez, una respuesta que argumentó diciendo que no era un desplante, sino que la profesión del escritor es la más solitaria del mundo, ya que por mucha ayuda que se reciba de todos los amigos cultos, de los libros que lee o de los autores que se conoce, a la hora de la verdad, el que ayuda a escribir verdaderamente es uno mismo. Y razón no le faltaba a este escritor que vivió tanto para la literatura como para el periodismo, al que consideró "el mejor oficio del mundo" hasta el punto de dejar sus estudios de Derecho para adentrarse de lleno en él a sus 19 años.
En esa misma entrevista, decía que el sueño de su vida era escribir una gran novela. Él, que iba a recibir el Nobel de la Academia Sueca diez días más tarde, y que ya contaba no con una, sino con muchas grandes obras como su inolvidable Cien años de soledad (1967), Crónica de una muerte anunciada (1981), El ahogado más hermoso del mundo (1968) o El coronel no tiene quien le escriba (1961), novela corta, esta última, tan dura como tierna, tan intensa y evocadora como triste, que se convirtió en uno de mis libros favoritos junto a El amor en los tiempos del cólera (1985).
Se me viene a la cabeza aquella tarde en que devoré sus páginas, aquel coronel, veterano de la Guerra de los Mil Días, que cada viernes, y durante quince años, se dirigía a la oficina de correos para ver si por fin había llegado la ansiada carta que le comunicaría la concesión de tan necesitada pensión por sus servicios a la patria. Una carta que… Ahí lo dejo, pues habrá quien aún no haya disfrutado de esta historia que da cabida al hambre, a la esperanza, a la muerte, a la resignación y en donde tampoco falta ese mundo de las peleas de gallos.
Recuerdo la lectura del libro con la misma intensidad con que vi la película dirigida por Arturo Repstein en 1999. Un coronel protagonizado por Fernando Luján y una esposa enferma y preocupada interpretada de forma magistral por Marisa Paredes.
Su última novela, En agosto nos vemos, vio la luz hace un mes, un texto que el propio Gabo pidió destruir, pero cuyo deseo no fue cumplido por sus hijos. No sé si él, nunca olvidado, celebraría esta publicación diez años después de su marcha. Nos dijo adiós un 17 de abril, en mi México del alma.
"La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla", y eso es lo que hemos hecho en esta columna. Abrir el baúl de los recuerdos literarios y contar nuestros buenos ratos de lectura y el aprendizaje recibido de quien tanto amó el periodismo. Eterno Gabo.