En época de Jesús eran 613 los preceptos bíblicos en la Torá, que así se llama a los cinco primeros libros de la biblia. Son 248 mandamientos positivos y 365 negativos. Como ejemplo de positivos: «Honrar al padre y la madre». Es el 34. De los negativos, el 68: «No exigir a un indigente cuando se sabe que no tiene para pagarlo» o el 66: «No afligir a la viuda o al huérfano».
Eso quiere decir que cuando los fariseos y doctores de la Ley preguntan a Jesús cuál es el mandamiento más importante no es una cuestión ni secundaria ni fácil. Primero el amor a Dios que abarca, envolvente, a toda la persona: alma, corazón, mente. Sin exclusiones, sin condiciones. El amor, siempre, es extremo y total. No puede haber un amor condicionado a nada. Pero Jesús lo relaciona con sencillez y claridad con el amor al prójimo que es una cuestión que el doctor la ley no le pide. Más, es que dice Jesús que este segundo, el amor al prójimo, es semejante al primero de los mandamientos, el del amor de Dios. Amar a Dios y al prójimo son la misma realidad y son inseparables.
Cuántas palabras vanas, cuántos postureos y apariencias. Permanecemos desde hace años insensibles ante los que mueren de hambre; ante los que mueren en pateras en el Mediterráneo. Nos podremos esconder en la complejidad de las situaciones, pero hay personas muriendo. Y nosotros, aquí, un domingo más. Vivimos en una sociedad injusta e inhumana que condena a muchos al olvido, a la muerte, desde nuestra indiferencia. También la Iglesia tiene un grave pecado. Mientras, sigue la vida.