Los cuarenta años de una editorial pública. Contarlos. Y cantarlos. La emoción de mirar el relato que uno dejó atrás como editor hace nada. El vértigo de observar ese prisma expositivo que resumía cientos de nombres y títulos, de diseño gráfico en las cubiertas, como un zigurat manchego frente a la pantalla en cinemascope del auditorio de la Casa del Lector, con don Quijote y su sabor/epígrafe en la anochecida madrileña.
El reconocimiento y respeto personal de autores que son amigos. El reencuentro con la diáspora cercana, otro tiempo, madrileñizados en el poblachón manchego donde hemos presentado tantos títulos (este mismo centro cultural Matadero, Círculo de Bellas Artes, Ateneo, Biblioteca Nacional, Museo Reina Sofía, Casa de Castilla-La Mancha, librerías). Pero nunca con la cobertura de esta Diputación que reinventa, pero no puede evitar mirar y remirar al loco más cuerdo de la literatura universal que nos convierte en pura ficción a fuerza de hacer al bueno de Quijano un ser real. Y brindis de papel con libros viajeros, para salir de esa «retaguardia» que conceptualizó el presidente de la institución Valverde. El nuevo impulso de la vice María Jesús Pelayo, que citó a la Diputación de Martín del Burgo y Juliá, fundadores de lo que nacía aquel jueves 1 de marzo del 84, que sí vivimos algunos, en el Colegio Universitario: el primer número, Ciudad Real: Poesía última, selección de González Ortega y prólogo del mismo Valentín Arteaga que enviaba un vídeo a este aniversario.
Vino lírico, fortaleza en construcción y cabezonería manchega, que metaforizaron en escena el escritor Pedro Antonio, el historiador Alía y el ilustrador Roselino, a instancia de la presentadora María Antonia. Colecciones edificadas. Un rimero de literatos y ensayistas. Tropel de autores en representación de más de cuatrocientos. Tantos debutantes. De monotítulo y prolíficos, cercanos. Sin otra prelación que mi memoria: Victoria M. de Almagro, Teo Serna, Amador, Nieves, Paco Caro, Gómez Castañeda, Paco Navarro, A. Serrano, Luis Fermín, Fernando Carretero, Alfonso Caballero, González Ortiz, D. Céspedes, Andrés Moreno, Eulogio, Miguel Maldonado, Alejandro Moyano, M. Lacruz, Elizabeth, Charo, J.A. Gallardo… Batallón de la escritura, zona cero de la creación. Luego, la difícil selección que define y prestigia a cualquier editorial, la preparación de textos y gráficos, maquetación y diseño, talleres, la ardua difusión y distribución. Y mantenerse en los relevos generacionales. Un piano a muchas manos que en esa anochecida interpretaron también Jesús Reviejo y el equipo cultural de Prado Rodado, el diseño expositivo y técnico de J.L. Sobrino y Beta Comunicación, el soporte de Prensa, jazz en vivo por A. Calero.
Al cabo, una rapsodia en añil. Contar/cantar los 40 en un tute/vuelo de décadas a lomos de Clavileño sin límites provincianos. Como escribía Nieva, respecto al Postismo en los años cuarenta, fue, es la BAM, acaso una «brecha en la espesura desabrida». Hoy nos arrastra el perfume/veneno embriagador de la tinta.