Ha habido dos acontecimientos principalmente que han conducido a la fragmentación y al suicidio de la razón, culturalmente hablando. El primero de ellos, se sitúa a raíz del positivismo decimonónico, que equipara ciencia con religión de la mano de Comte, y constituye un trampolín para al avance y proliferación de la ciencia como modo de conocer y comprender la realidad. Las ciencias se multiplican y se aplican en los múltiples campos de la realidad: dividen y subdividen la realidad en áreas de las ciencias empíricas y humanas, principalmente. Se ha llegado a una totalización de la comprensión científica de la realidad, hasta el punto de hablar de cientificismo, como aquella corriente de conocimiento que propone que lo que no se puede conocer científicamente no tiene validez; es más, se llega a afirmar que únicamente es real lo que se puede conocer por la vía de la experimentación, por lo que determinados ámbitos de realidad como la ética, las religiones o la estética, en cuanto que carecen de base empírica son de difícil y dudosa comprensión y explicación, eh aquí la versión más radical del neopositivismo del Siglo XX. El progresivo aumento de las ciencias y de la ciencia como vía totalizadora de acceso a la realidad, ha generado como resultado una visión fragmentaria y fragmentada de la realidad, en la que cada ciencia se erige en autoridad de conocimiento de su campo propio de estudio, llámase psicología, sociología, economía, historia, farmacología, etc.
El desarrollo científico ha llegado a uno de sus momentos cénit con la aplicación de la tecnociencia, que en la actualidad supone el modo más expansivo de manipulación de la realidad. A día de hoy, no nos es suficiente con querer conocer la realidad, sino que buscamos manipularla y adaptarla a nosotros prácticamente en todos los ámbitos: vida y muerte, salud y enfermedad, exploración de la tierra y del universo, pasado y futuro, genética, etc. Si la revolución científica supuso un poner la razón al servicio del dominio de la naturaleza física, hoy no se nos resiste la alteración de cualquier tipo de realidad: no solo la física, sino también la humana.
Y no solo queremos manipular la realidad desde la técnica, sino que también queremos manipular la realidad en su sentido, y en su aspecto más crucial, ya que es el que otorga la identidad a la realidad: la verdad. En este segundo aspecto es en el que afirmo que estamos asistiendo al suicidio de la razón. Si estamos sumergidos en la era de la posverdad, es porque podemos dar por válido el discurso más potente mediáticamente hablando, no el más verdadero, lo que quiere decir que prescindimos de la valía de la razón para emitir juicios de correspondencia entre el contenido de los enunciados o lo que se afirma y los hechos; la razón está perdiendo su función de garante o instrumento fiduciario que da fe de que los hechos se corresponden con las palabras. La era de las ideologías es la sepultura de la capacidad humana de la verdad y de lo verdadero, pues se da prioridad al gusto, al deseo, a la preferencia propia. El ser humano no se ve impelido por la verdad, ni obligado por ella, ni tiene que obedecerla, pues su preferencia es prioridad respecto a todos los demás.
Por todo lo expuesto, si el conocimiento de la realidad se ha fragmentado y dividido sumariamente, y por ello, se habla como tendencia de la necesidad de recuperar una visión holística o de conjunto de la realidad y, por otro lado, la razón sucumbe ante las ideologías o la banalización del sentido de lo real, Hegel viene a ser buen globalizador de lo real, al identificar lo real con lo racional: no hay nada fuera de la razón que sea real, ni hay nada real que no sea racional. Hegel nos invita a re-buscar y re-encontrar el sentido racional de la realidad. Toda la realidad está transida de inteligibilidad, y hoy estamos adoleciendo de esa dosis de inteligibilidad con la que Hegel proponía unificar toda la realidad bajo el predominio y sentido de la razón. Las enfermedades mentales proliferan, las depresiones, el consumo de ansiolíticos, los suicidios, la violencia sexual y el embrutecimiento… indicio de que estamos enfermos de la enfermedad del sinsentido. Es urgente recuperar a Hegel, repito: todo lo real es racional y todo lo racional es real. El ser humano es razón y con ella se abre al sentido de la vida y al todo; negar el poder y valor de la razón es sucumbir al suicidio de nosotros mismos, individual y colectivamente.