Alfonso José Ramírez

Eudaimonía

Alfonso José Ramírez

Eudaimonía


La tiranía de las minorías

06/10/2023

Estamos asistiendo estas últimas semanas a una de las paradojas más frecuentes del sistema democrático, de los últimos tiempos: el partido que tiene la mayoría de votos no puede gobernar, a diferencia del que tiene menos, que sí puede llegar a formar gobierno; los que tienen más votos totales no pueden formar un gobierno, a diferencia de los segundos menos votados, pues aunque cuentan con una menor cantidad de votos, se sirven de las minorías para gobernar. El resultado es que las minorías son las que deciden sobre la mayoría. Podemos afirmar que las reglas del juego democrático, el gobierno de las mayorías y, la capacidad representativa de los elegidos no es simétricamente efectiva.
Venía siendo una práctica que la lógica de la democracia era la de las mayorías. A este respecto se ha hablado en múltiples foros de la tiranía de las mayorías. El poder mayormente representado se ve con la capacidad de imponer al resto qué hacer, cómo ser, cómo vivir y cómo pensar. Ya en la antigua Grecia, en la democracia ateniense, el juicio de Sócrates fue un juicio injusto porque una mayoría de veinte votos deliberó a favor de declarar culpable a Sócrates y, ya sabemos las consecuencias de aquella decisión. En nombre de las mayorías se pueden imponer ideologías de género, ideologías de izquierdas o de derechas, de progreso o cosmovisiones religiosas de la vida… hemos vivido en nuestra historia reciente, episodios en ambas direcciones. A este propósito es complicado mantener una neutralidad ideológica pública y estatal, pues las mayorías inclinan la balanza en una u otra dirección. También sería imposición hacer prevalecer una neutralidad ideológica, pues ello significaría que las personas, individual y colectivamente, no se podrían expresar y hacer valer sus tendencias, pensamientos o creencias -en sentido orteguiano-. Querámoslo o no, vivir en democracia es vivir en un contexto de pluralidad, implica vivir momentos en que unas ideas son tendencia porque cobran un puesto hegemónico y prevalecen, frente a otras que permanecen en un segundo o tercer plano, con menor relevancia.
Sin embargo, la tendencia presente no es a que las mayorías se impongan o haya una tiranía numérica mayoritaria, sino que la tendencia es la inversa: la tiranía es de las minorías, son las minorías las que hacen prevalecer sus intereses, ideologías, características, tendencias… Es el caso de la ideología de género, de los regionalismos, muchos de ellos nacionalistas, de las nacionalidades minoritarias de los diversos países presentes en países extranjeros, que cada vez cobran mayor visibilidad, voz y voto en las comunidades: ¿hay una mayor pluralidad porque una mayoría se vea obligada a comunicarse en las lenguas particulares de una porción de minorías? Si el lenguaje minoritario es de una porción menor que el lenguaje mayoritario, ¿por qué prevalece el menor sobre el mayor? Vemos que los números no salen con la lógica habitual de la prevalencia de la tendencia mayoritaria. 
Todo ello da qué pensar, pues ya desde los tiempos de Sócrates, durante la edad media y la modernidad filosófica -SS XVI-XVIII- y la Ilustración, sobre todo, se ha pensado en fundamentarlo todo en la razón, y que esa razón fuera universal, es decir, que nuestras ideas y valores al actuar fueran de validez para todo el mundo -imperativo categórico kantiano-. La ilustración quería el progreso, pero progreso para todos, que todo el mundo pudiera acceder a la educación, y si fuera la misma, mejor. Se ha querido con Stuart Mill y los liberales que todos pudieran ser libres y desarrollar su propia singularidad e individualidad. Ha habido acuerdos relativos a la paz y la convivencia basados en la tolerancia, el respeto y aceptación de la pluralidad, la búsqueda del consenso mediante el diálogo y escucha y acogida del otro y, esto ha hecho progresar a las comunidades y pueblos. Sin embargo, la tendencia actual no es a fundamentar racionalmente en el diálogo de iguales cuestiones o valores comunes, ni a acoger lo diferente para construir una equilibrada pluralidad. Lo que se hace es anular al otro, para imponer lo mío, lo propio. Lo que prima es anular o aniquilar lo diferente, y si es con una mayor exhibición, aún mejor. Se ha pasado de dar voz a las minorías, a que éstas impongan sus postulados sobre la totalidad. La lógica nos dice que nunca la parte puede ser mayor que el todo.
Finalmente, ello nos apela: ¿se puede construir algo común o conjunto sin contar con el otro u otros diferentes? Si lo mío es excluyente o anulador, la lógica es demoledora. Cuanto más se radicalizan las minorías, la tiranía es aún mayor que si se da la tiranía de la mayoría, pues la minoría es menos representativa sobre el conjunto de la población. La lógica aritmética de la democracia puede ser representativa y plural siempre que haya voluntad de diálogo y encuentro con el otro, o se puede convertir en perversa y tiránica por querer imponerse a cualquier precio.