Recuerdo un día que, en la Librería Popular, adonde acudías muchos sábados y te unías a nuestra tertulia, me preguntaste, con esa curiosidad tan tuya por las cosas aparentemente insignificantes, el porqué del epígrafe 'Bajo el Volcán'. Es posible que esperaras la consabida respuesta de que se tratara de un homenaje al gran Malcolm Lowry o algo por el estilo; de ahí tu gesto de extrañeza cuando te expliqué que lo hacía siguiendo el ejemplo de aquel esclavo que le repetía una y mil veces a Marco Aurelio triunfante: «Mira hacia atrás y recuerda que eres sólo un hombre»; «Bajo el volcán» es –le dije– el lugar donde Dios, la Providencia o el mero Azar nos obligan a vivir, entre lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño, entre el peligro acechante y la paz tan ansiada, entre los envidiosos y lerdos, que son legión y los limpios de corazón, que son pocos, pero que, por suerte, se hacen notar.
Un par de años después, en otro de nuestros habituales encuentros con tus dos hijos, me susurraste al oído: I´m under the volcano, Juan. No pude evitar un frío temblor. No sabía nada de su enfermedad, pero me extrañó el tono de su voz y la emoción que transmitían sus ojos. Me limité a responderle, siguiéndole la corriente: We are all under the volcano, dear Laureano. Pero la voz se me quebró en la garganta. Empezó de ese modo unos años de continuas zozobras. Como persona querida y entrañable que eras, nos preguntábamos los que teníamos el honor de ser tus amigos: «¿Has visto a Laureano?», «¿Cómo está Laureano?». Resultaba descorazonador encontrártelo acompañado por algún familiar y amigo, y constatar que, perdida tu habitual flema, hacía esfuerzos desmedidos por corresponder al cariñoso saludo de que eras objeto, pero en vano.
El martes doce me encontré con tu hermana Llanos y la respuesta no dejó lugar a la esperanza. En vano esperé el milagro de la primavera; tres días más tarde se producía la terrible noticia, y, como todos tus amigos, que también eran legión, sentí un golpe seco en el costado. ¡Dios, qué injusticia! Y, como me suele ocurrir en tan trágicos casos, algo muy dentro de mi entonó el Let it be de McCartney.
Con Laureano Gallego se nos ha ido un gran amigo, un compañero de los que nunca fallan, siempre dispuesto a dar la mano, un catedrático de los que hicieron escuela, un hombre inteligente, bondadoso y dotado, como decía, de una curiosidad universal, un amigo de sus amigos y un ser juicioso y equilibrado, exento de esa petulancia y jactancia tan frecuentes en los cátedros; un investigador de gran prestigio.
Su labor callada, su quehacer honesto y su humildad y amor por la cultura podrían haberlo convertido en el Rector ideal que necesitaba nuestra naciente universidad, y a punto estuvo de dar el paso. ¿Por qué no lo dio? Sólo unos pocos lo saben, pero les puedo asegurar que, de haberlo hecho, nuestra universidad habría sido muy distinta de cómo es; para mejor, sin duda.
Ni unos ni otros pudimos evitar que la recién nacida institución cayera en manos de aventureros ávidos de poder, llegados para servirse en vez de servir, implacables con toda clase de crítica, por leve y constructiva que fuera, pero serviles a más servir con los políticos de Toledo. Véase, por ejemplo, el vergonzante caso de la creación del Campus de Talavera, del que podemos hablar largo y tendido cuando gusten.
Por suerte para quienes sufrimos ataques sin medida durante aquel período negro como el hollín de nuestra universidad, teníamos a Laureano Gallego, un amigo, un hombre cabal, un espíritu moderado, pero invariablemente firme en sus principios, que, al menos se solidarizaba con los perdedores.
La presencia de Julián Garde al rectorado supuso un soplo de aire tibio y de cordura, pero, para entonces éramos muchos los que, asqueados, nos habíamos marchado para proseguir la luchar en otros frentes.
Superada aquella triste etapa y ya con un pie en el estribo, tu desaparición, querido Laureano, me ha evocado, de pasada, un cúmulo de dolorosos recuerdos agolpados en mi mente para quienes contribuimos con todas nuestras fuerzas a la creación de nuestra Universidad Regional, por más que el mérito y los laureles se los haya quedado en propiedad uno solo, en exclusiva. Descansa en paz, buen amigo, y que la tierra te sea leve.