Ante la impasibilidad del mundo entero, ante la impotencia de los hombres y mujeres de buena voluntad, que son legión, ante la claudicación de quienes se denominan cristianos, Netanyahu y sus adláteres están perpetrando, a ojos vistas, el mayor holocausto de los últimos tiempos, burlándose, con el amigo americano, de las normas del Derecho internacional, de la Justicia y de la Humanidad con una saña inaudita.
Son ya más de 11.000 los bombardeos contra la población civil desde que comenzó la escalada; cerca de 50.000 palestinos y libaneses masacrados por las bombas, de los cuales prácticamente un 50% niños. Todo ello sin contar los centenares que han quedado bajo los escombros. Israel se sirve continuamente de tecnicismos bélicos para ocultar lo que todos sabemos que son crímenes horribles.
Las dimensiones crecientes del holocausto perpetrado sobre el pueblo árabe con el vil pretexto de que amparan terroristas de Hamás o de Hizbulá, no ha dado lugar a un conflicto generalizado por el miedo a una guerra atómica y por los esfuerzos ímprobos de la diplomacia internacional. Pero ni siquiera esas naciones del Golfo que viven días dorados merced al oro negro, son ya capaces de mirar para otra parte viendo a diario las salvajadas judías perpetradas contra hospitales, escuelas y edificios de veinte plantas, con la excusa de que hay allí terroristas. Siempre su palabra contra la del masacrado.
Y junto a Netanyahu, la postura cínica de los Estados Unidos, que se limitan de cuando en cuando a echarle una regañina –que irremediablemente nos recuerdan las que las madres dan a sus niños consentidos–, un mero trámite de cara a la galería, porque tras la leve reprimenda, inmediatamente les envían aviones cargados de bombas, misiles, drones y toda clase de material bélico de última generación; una mortífera carga valorada en miles y miles de dólares que no hace más que aumentar el décalage entre USA y el resto del mundo.
«Voces de muerte sonaron cerca del Guadalquivir», escribía Lorca en su Romancero gitano; recordándonos esta nueva terrible vendetta que hoy vivimos atónitos. El crédito de que desde 1945 gozaba el pueblo hebreo, se disipa por momentos. La víctima de antaño es el ejecutor de hoy; y el nazi que los masacró los ha terminado de contagiar a ellos. La provocación de Hamás y el daño que ocasionó lo están pagando sus hijos y parientes a precio de sangre.
Tanto es así que incluso Francisco acaba de denunciar ante el mundo los ataques inhumanos que, un día sí y otro también, están sufriendo Palestina, denuncia que hace extensiva a los asesinatos perpetrados asimismo en Ucrania, en una guerra que no parece tener fin, entre otras cosas porque los fabricantes de armas están haciendo su agosto, y han descubierto un filón que les supone miles de «puestos de trabajo».
Tanto horror y tanta indiferencia afectan a las naciones y pueblos del mundo a quienes su modo de vida les ha enseñado a mirar hacia otro lado; no se trata siquiera de pasar del tema, sino de algo más grave: con los medios de comunicación nos han inmunizado, hasta el punto de no sentir. Somos más que nunca los que repiten a diario el «vaya yo caliente y ríase la gente», o el indiferente que empezó diciendo al ver cómo se llevaban a su vecino: «la cosa no va conmigo». Hasta que fueron por él.
Nuestro grado de inconsciencia (incluidos esos políticos que nos ha tocado sufrir) supera toda medida, de tal modo que, de seguir así las cosas, pronto veremos un ejército de lisiados, tullidos y baldados desfilando por los Campos Elíseos, acusándonos con sus estigmas de nuestra indiferencia, de nuestra falta de compromiso y hasta de ética. El siglo XXI nos deja grandes sorpresas, especialmente en lo referente a la alienación.