José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Dibujar a Kafka

11/06/2024


Se habla de, se edita, se dibuja a Kafka en su centenario. Decía Rodrigo Cortés, en una página cultural de estos días, que «Kafka escribe en blanco y negro, como lo hacía Poe. No hay color en sus palabras, que miran a uno y otro antes de hablar y se cargan de grafito, pero no de azules». Precisas palabras que no evitan que la obra del checo, alemán y judío a la vez hayan sido transferidas a imágenes del cine (El proceso, de O. Welles), a versiones teatrales como la de José Luis Gómez, sobre el cuento El informe para una Academia, y por supuesto a los libros, que un libro, expresaba él, «ha de ser el hacha que rompa el mar helado que hay en nosotros».
Y una crecida de libros kafkianos se viene produciendo en esta primavera-verano, acaso también kafkiana por motivos menos literarios. Cuentos y novelas completas, aforismos, cartas, biografías, reediciones de todo tipo afloran sobre un autor que no ha dejado de leerse y sigue atrapándote como el primer día. Entre esa floresta de novedades, el grato encuentro con las ilustraciones de Federico Delicado para el cuento de Kafka, de 1922, Un artista del hambre (Nórdica). Nuestro Federico. Porque tenemos aquí a uno de los mejores ilustradores, con el que he tenido el placer de trabajar por sus dibujos y portadas para la BAM desde que, en 2002, ilustró el cuento Los nietos de don Quijote, de Isabel Rebollo, y con esta editorial sigue todavía colaborando; como volvió a las salas de exposiciones, con su muestra Ánima Li(e)bre en Fúcares, el pasado diciembre.
Federico acompaña este metafórico, y no menos irónico, relato de Kafka («En las últimas décadas ha disminuido mucho el interés por los artistas del hambre», empieza el texto) con una secuencia de imágenes expresionistas como de grabado antiguo, ocres que retratan la desolación y el absurdo, la marginalidad, del creador exhibido como objeto circense. No hay color, son ocres gastados, sucios, apenas manchas rojas (¿sangre?). Nada de azules, como apuntaba Cortés. Es el hombre alienado, deshumanizado. Federico lo reinterpreta a su vez, bajo la mirada asomada de un hombrecillo con bombín, el propio Kafka, mientras un esqueleto conduce como títere a una especie de clown, ¿o es al revés?
Sus dibujos me llevan de inmediato a la edición de coleccionistas que hizo Círculo, en 1986, sobre La metamorfosis. Con traducción de Borges, comentarios de Nabokov, y sobre todo las ilustraciones surrealizantes y violentamente deshumanizadas del pintor José Hernández, glosado a su vez por el poeta y crítico alcazareño Corredor-Matheos. El pintor señala en unas líneas finales que heredaba ahí su primera y febril lectura adolescente, la soledad desamparada, para explorar luego «situaciones vividas dentro o fuera del texto». Y se pregunta uno por el parentesco plástico y mental entre ambos artistas de la imagen, sacudidos ambos —y hoy, nosotros—, mucho tiempo después, por el mismo creador de Gregorio Samsa. 
 

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