Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Sueños

08/09/2024

Reconozco que últimamente sueño en exceso; sueños de toda índole: bucólicos, eróticos, trágicos y tragicómicos. La doctora que me asiste, me aconseja injerir medicamentos para evitarlos. ¿Medicamentos para no soñar?, pregunto, acordándome del bueno de Sabina. ¿Y qué habría sido del Surrealismo sin los sueños? Toda la literatura del siglo XX fue un retorno a Shakespeare, a Calderón, empezando por  Samuel Beckett. Una renuncia a la razón, que, como decía Goya, produce monstruos, y quien dijo monstruos, dijo Neptunos devorando a sus hijos, Hitlers, Pol Pots, Stalins, pegando fuego al mundo. 
Toda la Biblia está plagada de sueños. No, renunciar a los sueños es renunciar a lo más hermoso del ser humano (aseguran los científicos que también sueñan los animales), al gran misterio de nuestra mente, de la que no se conoce ni el 5%, y ya se habla de inteligencia artificial. ¡Qué horror! No. No puedo ni quiero renunciar a soñar. Cuando era estudiante me llamaba poderosamente la atención lo que, medio en broma, medio en serio, afirmaban André Breton y Philippe Soupault, inventores del Surrealismo, con aquella frase que se haría célebre: «El poeta está trabajando» cuando sus ronquidos se oían desde la calle. ¡Cuántas obras maestras de Dalí son pesadillas, como lo es El perro andaluz de Buñuel!.
No, definitivamente no renuncio ni renunciaré a mis sueños, por más que haya noches que mis pesadillas me hagan despertar en medio de la agonía, porque, entre otras cosas, a medida que uno envejece, los sueños tienden a retrotraerse a la infancia, hasta el punto de que a menudo se confunden los sueños con determinadas vivencias lejanas. Y sólo entonces empiezas a entender la hermosa frase de Shakespeare, en La Tempestad, cuando afirma aquello de que: «La vida es la tela en que están tejidos nuestros sueños, y toda nuestra breve vida es un sueño» (Otras traducciones prefieren cambiar «es» por «termina» en un sueño, cambiando radicalmente el significado).
¿Quién no se propuso alguna vez en su vida controlar sus propios sueños, de tal modo que, por medio de un 'filtro' personal, impidiera pasar las pesadillas? Vivir una vida plácida y regalada y dormir en la antesala del paraíso, hasta que constatamos la absoluta imposibilidad de tal experimento. Y ahí radica otro punto fundamental de este fenómeno que, como el dios Jano, tiene dos caras contrapuestas: risa y llanto, felicidad y desdicha, bien y mal. Todo perfectamente amalgamado. Es como si cada noche, al introducirnos en el reino de las sombras, atravesáramos como una aguja el tapiz donde, de alguna manera, vamos labrando nuestra miserable historia, y contempláramos, con inquietud y asombro, el revés de la trama, absolutamente irreal en su conjunto.
Hoy día en que, liberados de tabúes y misterios, tendemos a vivir, como decía Mosterín, libres de traumas, con la naturalidad de quien tiene la plena certeza de que, concluido nuestro paso por la tierra, tan sólo hay vacío y la más tenebrosa nada, los hay que, pese a la inteligencia artificial, el ADN y los impresionantes avances de la Ciencia, se siguen repitiendo con Hamlet: «Morir, dormir, sí, pero tal vez soñar», y ahí comienza de nuevo el ronroneo, el universo calderoniano plagado de espectros, de miradas tristes, vacías, de seres que creen vivir y lo más que producen es mofa por parte de aquellos otros más clarividentes situados delante de ellos.
En una época como la que nos ha tocado vivir, en que, merced a la farmacopea, conquistamos a diario migajas de eternidad, resulta reconfortante evocar a Martin Luther King repitiendo que él también tuvo un sueño, como el tuyo, como el mío…