José Miguel Beldad

José Miguel Beldad


Dejad que se acerquen

12/04/2025

Conviven en el Viernes de Dolores dos formas diferentes de ver y vivir las cofradías en Ciudad Real. Una, en la que se tiene cierta cultura cofradiera, la que sale a buscar la belleza y con las entrañas abiertas para vivir la víspera más esperada. Y la otra, una amalgama de casuales, visitantes, algún turista que otro, los aficionados a los bares y los que, ciertamente, andan escasos del saber estar que hace falta para ver y sentir lo que se pone en la calle cuando una hermandad se hace cofradía, y para estar dentro de ellas y hacerlo participando.

Más allá de esos metros y metros que separan al público del paso de palio de la Virgen de los Dolores todos los años -porque los cocodrilos siguen ahí, no se olviden- y que hacen que camine prácticamente sola, aun estando las aceras llenas, por algunas calles como pueden ser Lirio, Altagracia o Calatrava, resulta llamativo que fuera en el último tramo del cortejo donde se pusieran las mayores trabas para que el barrio se pusiera a sus plantas en el recorrido de vuelta. Y es curioso como ese tramo, que tendría que animar y llamar a la gente -"vengan, acérquense"- que en algunos casos está a más de 5 o 6 metros del palio, con la calzada vacía, buscara precisamente eso, dejarla sola, con la gente apartada. Tan feo y tan deslucido.

La recogida de la Virgen del Perchel, de la Virgen de muchos, de la Virgen de casi todos, es patrimonio inmaterial de las cofradías de Ciudad Real desde hace muchos años. Es la bulla de las bullas de la ciudad. Y el cofrade sabe hacer bulla, porque es inherente a la sustancia de una cofradía en la calle. El cofrade se baja de la acera, se va a por Él, y a por Ella, a imbuirse de tan bello abanico de sensaciones. Y más esta, que no es la bulla de cámaras, pantallas, gritos y otras cosas que se pueden ver en otros lugares de la ciudad, sobre todo en uno que a todos les vendrá a la mente y en el que, quizás, subsiste un peligro callado por su estrechez. 

No es el caso en la recogida por las calles percheleras, sin estrecheces y sin peligro para público o acólitos, que son acólitos y no guardias de seguridad. Esta es la bulla del cofrade; es decir, del prioste, de los capataces, de costaleros, de auxiliares, de músicos, de nazarenos, de acólitos, de pertigueros, de camareras, de vestidores. Sólo quieren estar con la Virgen en un día en el que no hay nazarenos, no hay presión de horarios, no hay prácticamente cortejo una vez pasado Santiago. Es la bulla del recuerdo, del deseo, del anhelo. Simplemente es Ella y su barrio, su gente, los nietos de las abuelas que le rezaban. Las hijas de las que la vestían. Los amigos de los costaleros, o sus mujeres, o sus hijos. Es la bulla de la belleza sin medida, de la devoción radical, del sentir cofradiero. Es la bulla por Ella.

Ahora es cuando hay que mirar a la cara a todos aquellos que por llevar un palermo se creen más que nadie, esos que repiten consignas vacías y sin sentido, que rompen la estética del momento y hasta se atreven a hablar de malas formas, golpear el suelo con dudosas maneras o espetarle a hermanos de toda la vida, desde antes de su nacimiento, que se hagan hermanos, o soltar frases como "aquí sobra mucha gente", cuando delante de la Virgen, como dijera el capataz, no sobra nadie. Hay que decírselo, en voz alta: dejad que se acerquen.

Dejad que se acerquen a su vera, a sus plantas, a su manto, a su mirada. Dejad que comenten cómo lleva la saya, cómo huelen las flores o lo bonito que es el rosario. Dejad que escuchen a su cuadrilla, los hombres que llevan a La de las manos juntas presumiendo y derrochando fuerza. Dejad que los niños vayan cerca, con su padre o su madre de la mano, y no los mandéis delante de la presidencia cuando las aceras están vacías.

No le pongan puertas al campo, que no se puede. Dejad que se acerquen, porque si se acercan a un palio a verla a Ella, o a un misterio a verlo a Él, se acercan a Dios. Y, si se acercan a Dios, están acariciando el amor.