Hay una doble coincidencia en estos días penitenciales con los pescadores en curso y en litigio. De cualquier tipo de pescadores: de altura, de bajura, de ribera o de piscifactoría. Incluso de pescadores de sueños interrumpidos. En el acto institucional del Día del Agua, celebrado en Daimiel con presencia de la vicepresidenta para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Teresa Ribera, el presidente regional, Emiliano García-Page, reconocía como un emblema desdibujado a «los últimos pescadores del Parque Nacional de las Tablas de Daimiel». Una suerte de últimos de Filipinas que reúnen sobre sus espaldas curvadas la doble condición de ecología en ausencia y de población en declive, en clara interpelación a la doble designación ministerial: Transición y Reto. ¿Dónde está el reto y cuál será la transición?
Hablar de pescadores en las Tablas de Daimiel o en cualquier otro humedal de La Mancha –cuando había polladas que recoger y cangrejos que capturar desde plataformas sin quilla, barcazas a la manera de las valencianas de La Albufera– requiere un ejercicio de memoria extrema o de juego literario superior, como hiciera Paco Gómez Porro en su imprescindible trabajo de viajes, infancias y memorias En el río muerto. Pero esos enclaves de pesca lagunar, de cangrejeros y recoveros, de flora masegar, de tarayes y fauna avícola plural solo existen ya en la memoria y en viejas fotografías, no en las voluntades de los actos del Día del Agua.
Los otros pescadores en extinción son los llamados evangélica y propiamente 'pescadores de hombres0, según relata el Evangelio de Marcos (1, 14-20) – pero también Mateo y Lucas en diferentes episodios hablan de lo mismo– cuando Jesús formula el mandato: «Venid en pos de mi y os haré pescadores de hombres». Transformando las redes trenzadas y atadas de los pescadores del mar de Galilea en esa peculiaridad de 'pescadores de hombres', como modalidad de ese nuevo ministerio y de esa nueva captura inmaterial. Es decir, en predicadores de la palabra de Cristo y arrastreros de su fe y mandato. Y de aquí la estructura discipular de apóstoles y más tarde de sacerdotes en el ejercicio de la palabra. Pero, según expone el obispo prior de la diócesis, Gerardo Melgar, «el seminario corre peligro por falta de alumnos». Ya había aludido anteriormente Melgar a esa pérdida de vocaciones que vacía las paredes del Semanario diocesano, por más que el contrasentido de los tiempos permita ver los compases finales de una flamante residencia para sacerdotes ancianos, junto a las piedras y paredes presuntamente vacías del paredaño Seminario. Otro reto, otra demografía.