José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


47almagro24

09/07/2024

Cumplía el festival la edición 47 en este 24 y Almagro, en su inauguración, se desnudaba de luna para vestirse de oscuridad.
Noche oscura del alma iluminada solo por la alborotada cabellera blanca del Brujo, todo él de blanco, en su premio del Corral de Comedias. Rafael, de blanco en medio de trajeadas autoridades de oscuro, en medio de un Corral sólo para invitados, fuera le esperaba ese otro público no invitado que llena sus monólogos y agota localidades casi sin ponerlas a la venta. Cruzaban autoridades las esquinas de la plaza, colmada de terrazas y fuego, junto al bar Platea, cuando en la noche asomaba El Brujo y se hacía fotos con la directora Irene en una suerte de pequeño 'paseo de la fama', jardinillos de Diego de Almagro, junto a las sonrientes fotos de otros ganadores de ese premio, galería que compartirá el año próximo.
El antitaurino ministro Urtasun había entregado el premio al Brujo, el filosófico limpiabotas Búfalo de la exitosa serie de Armiñán sobre el torero Juncal (grande Paco Rabal) y además en un pueblo de las connotaciones taurinas de Almagro, ¿se lo habría recordado algún asesor o acompañante…? Pero El Brujo dijo que flotaba sobre las tablas, su mundo, su mística, como aquel día que nos lo cruzamos escuchando gregoriano en Santo Domingo de Silos, sumergido él también en ese otro tiempo al que Almagro, renacentista y barroca, decorado teatral por excelencia, se resume y nos convoca, en su abrigarse en la fogata de cada mes de julio, como si la hoguera de los clásicos necesitara arder en las profundidades de La Mancha, de los campos calatravos. 
Oro de siglos sobre llanuras de oro. Cegadas ese día en una plaza encristalada de abanicos y luna nueva. Respiraba honda la plaza de fuego y oscuridad o era la llegada de una compañía lusa, Teatro & Bonecos, con sus gigantomarionetas de Lúmen, una historia de amor. Personajes dibujados sobre la oscuridad con latidos de luz, transparentes y descorporeizados, movidos por jóvenes almagreños —esa fusión de los vecinos con su festival— que comprobaban el alcance de los días de ensayo ante una expectación densa y apretada; en la que también se abría paso a nuestro lado la directora del festival, una espectadora más.
Decía Laurence Olivier que en una pequeña o gran ciudad o pueblo un teatro es el signo visible de cultura. Almagro lo es, por su historia. Su Corral del siglo XVII, que una posada guardaba en su interior hasta su recuperación en 1952, joya única por excelencia, ha propiciado este pequeño gran universo, cuyos fulgores deslumbran y a veces ciegan y tapan muchas otras peripecias culturales menos deslumbrantes y triunfalistas a su alrededor. Aunque esa noche, cuando la luna se escondía del fuego, El Brujo, buhonero de irreverencias, irónico y blanco, arrastraba seres hipnotizados a su paso.