Manuel López Camarena

El Yelmo de Mambrino

Manuel López Camarena


Palestina

19/10/2023

Parece mentira que hayan pasado tres cuartos de siglo largos desde que la Sociedad de Naciones, antecesora de la ONU, diese el visto bueno al nacimiento del Estado de Israel en los territorios que, con mayor o menor acierto, hemos conocido siempre como Palestina. Estos siempre, por supuesto, incluyen los grupos que integraron al pueblo judío, al menos desde Abraham, como enseña la Biblia, y otros textos histórico religiosos de otros grupos y otros territorios. En manos del imperio Británico y bajo su administración, los territorios en litigio integraban todo lo que hoy, y desde los casi 80 años aludidos, configura el Estado de Israel, con capital, al menos administrativa, en Tel Aviv. 
A la greña desde el principio, todo parecía indicar que la Nación árabe, que aglutinaba a la mayoría de los países de habla árabe, seguirían la uniformidad y conexión, ideológica y religiosa, que aseguraban las enseñanzas del profeta Mahoma. Pero no, los árabes de los años 40-50 del pasado siglo, y como se ve los de ahora también, tienen una muy particular forma de entender todo aquello de unidad, solidaridad, frente común, etc. Por población, la Nación árabe, incapaz de montar un frente armado común para oponerse a la partición de los territorios palestinos, libres de dueño desde que el emperador romano Tito destruyese el templo de Jerusalén, fue incapaz de apuntarse las victorias iniciales mínimas en las escaramuzas de los primeros años. El apoyo político y económico de aquellos años al pueblo y al Estado de Israel, especialmente tras la guerra del Yom Kipur, más la necesidad de Occidente de lavar la sucia imagen, las criminales reminiscencias y los imperdonables recuerdos del genocidio de Hitler contra el pueblo judío de Europa, hicieron que cada vez que surgía el más mínimo motivo, Occidente, de una u otra forma, con tal o cual intensidad, pero con un único fin, sostuviese al régimen que, en aquel momento, tuviese el control del Gobierno y/o de la Knéset (parlamento). 
Pero pronto, Israel necesitó, o creyó necesitar, más territorios y comenzaron algunas guerras de conquista. Unas veces con más descaro, otras con menos, Israel fue asimilando a su mapa nacional lo que iba pudiendo pillar, ya fuese en el norte o en el sur, en el este o incluso en el oeste. Y digo incluso porque en el oeste está el mar, en el que se desparraman las aguas del hoy reseco Wad el Kebir. Hoy, en la Palestina de Salomón, y de David, y sobre todo de Jesús, vuelve a haber guerra. Netanyahu, como buen judío, quiere más tierras, sin que le importe regarlas con sangre; los palestinos, como los malos árabes, usan métodos inaceptables, por su crueldad, y así andamos. Lo malo es que no se ve ni una vereda de paz. Y así no se puede iniciar, o retomar, el camino de la paz.