Un lugar común de la política británica mantiene desde hace meses que el primer ministro Boris Johnson solo sucumbiría «por mil cortes», en alusión a que su agonía sería larga y dolorosa: la caída del polémico líder conservador ha refrendado esos augurios. Al prestidigitador tory, el hombre elegido con una abrumadora mayoría en 2019 para pilotar la salida británica de la UE, se le agotaron los trucos de la chistera. El golpe de gracia se lo dieron el pasado martes dos de sus principales ministros, el de Economía, Rishi Sunak, y el de Salud, Sajid Javid, pero Johnson venía desangrándose desde hace mucho, sostenido solo por su enorme popularidad entre parte del electorado.
Nunca tuvo intención de soltar el poder hasta que se vio como el violinista del Titanic. La imagen cariacontecida de Johnson compareciendo el miércoles en una comisión parlamentaria mientras buena parte de su Gabinete anunciaba que le retiraba su confianza es un epílogo triste pero previsible para un controvertido mandato.
El detonante último fueron las falsedades que difundió Downing Street sobre el conocimiento que tenía Johnson acerca de las quejas contra su responsable de disciplina parlamentaria, Chris Pincher, por acoso sexual. El premier se vio obligado a reconocer que conocía el turbio pasado de su colaborador y a pedir perdón por ofrecerle el cargo, después de que durante días su oficina hubiese tratado de desmentirlo.
Johnson se había acostumbrado a vivir arrimado al abismo. Hace solo un mes sobrevivió a una moción de censura interna de sus propios diputados, pero más del 40 por ciento de ellos votaron por retirarle la confianza. Parecía haber recibido un balón de oxígeno que le permitiría al menos sobrevivir hasta el otoño. Sin embargo, bastó un chispazo postrero, el escándalo de Pincher, para hacer estallar su mandato.
Pese a que su figura siempre estuvo rodeada por la controversia, sus niveles de aprobación entre los tories y su arrolladora victoria en las elecciones de 2019 le permitieron navegar con relativa tranquilidad a través de la pandemia.
El 30 de noviembre de 2021, el Daily Mirror abrió la caja de Pandora para Johnson, que nunca se llegó a cerrar. Fue cuando se revelaron los primeros detalles acerca de las fiestas irregulares que se celebraron en Downing Street.
La insistencia del premier por negar que esas celebraciones hubiesen tenido lugar, primero, y después por sostener que desconocía que hubiesen quebrado las normas, pese a que él mismo participó en algunas, le dejaron herido de muerte. A cada revelación sobre una fiesta, a cada foto publicada de él con una copa, a cada informe devastador, la soga se estrechaba en torno a su cuello. Pero él nunca cedió. La prensa comenzó a calificarlo como el cochinillo aceitado, por su capacidad de escapar siempre que parecía acabado. Hasta ayer.
El hombre del Brexit
Johnson alcanzó el poder el 24 de julio de 2019, tras imponerse en unas primarias del Partido Conservador para sustituir a Theresa May, víctima expiatoria del Brexit. Precisamente fue la salida de la UE lo que llevó al político a alcanzar una histórica mayoría absoluta en las elecciones de diciembre de 2019.
Bajo el eslogan Acabemos el Brexit, Johnson se impuso tras haber cerrado un acuerdo con Bruselas que incluía un protocolo sobre Irlanda del Norte que no tendría después reparo en incumplir.
Llegó entonces la COVID, y con ella se fueron al traste sus planes para reequilibrar los territorios del Reino Unido y refundar el movimiento conservador. El propio Johnson reconoció que se equivocó en su gestión inicial, cuando postergó el confinamiento apostando por la inmunidad colectiva, y restó importancia al virus, por el que fue ingresado en abril de 2020. Pero la rápida campaña de vacunación emprendida por su Gobierno le otorgó un importante capital político que fue perdiendo paulatinamente con nuevos errores.