Cualquiera que sean los acontecimientos de este viernes va a ser un viernes de dolores. O para unos o para otros. Porque, al fin y al cabo, duele perder una votación, la que sea. Y a muchos nos duele la inquina y la brecha abierta entre los conservadores españoles separatistas, que se creen superiores, y más listos, de los conservadores españoles tradicionales, o sea europeos, y, por tanto menos pueblerinos, menos catetos de ombligo.
Duele que un partido que rompió hace casi medio siglo con un pasado anterior, bastante lleno de turbiedades, y se incorporó a las corrientes socialdemócratas de Occidente, haya retrocedido ochenta y seis años para escenificar aquél Frente Popular, que mezcló socialistas, comunistas y nacionalistas, y provocó el desastre de la II República, como puede colegirse leyendo las memorias de alguien tan republicano como Niceto Alcalá Zamora, presidente de esa República a la que tanto contribuyó aquél PSOE a destruir.
Es cierto que, en injusta réplica, vino la extrema derecha a destruir lo poco que quedaba en pie con una guerra civil terrible, en la que los unos y los otros sacaron lo más miserable, lo más cruel, lo más repugnante que llevaban dentro. Aquellos años convulsos se vivieron en una España con tasas de analfabetismo terribles, pero quienes llevaron a este país al desastre sabían todos leer y escribir correctamente, y eran ilustrados. Sucede lo mismo ahora, porque hasta el que parece más ignorante tiene un doctorado universitario, aunque lo haya conseguido de manera fraudulenta, y los de enfrente, a los que se les conmina día a día a que estén enfrentados con este nuevo Frente Popular, intentan que no se vuelva a la polarización, pero solo reciben desprecios.
Duele esta deriva ciega, donde los egoísmos personales y políticos -por este orden- devoran a cualquier preocupación por eso que llamamos el bien general, que ya sólo interesa al que se cree general y considera que merece todos los bienes. Y duele -a algunos muchísimo- que todas estas circunstancias les parezcan pasajeras, en la absurda creencia de que la democracia es de acero inoxidable y lo aguanta todo. Este va a ser un viernes de dolores, y los dolores que produzca es bastante probable que no sean pasajeros, ni se puedan neutralizar con una aspirina.