Juegos de contrarios la vida o vida a la contra. Penetrar en la claridad de lo oscuro o descubrirte figurante en un ritual de paso. Salimos del cine, de la película Puntos suspensivos (David Marqués), pero seguimos todavía dentro de ese lujoso chalet, aislado en la naturaleza, junto a un pantano, compartiendo vinos de autor y sofisticadas conversaciones entre dos novelistas de éxito. Acaso el lugar a donde uno iría para escribir y amar, para perderse entre la escritura sobrevenida y los placeres deseados.
Porque esa pieza tan teatral que rompe el tiempo lineal y cruza la incierta frontera de lo real y lo ficticio, nos hace cómplices de un juego hitchockiano donde no sabemos si estamos dentro o no. Coronado y Peretti. Duelo al sol de la inteligencia, la vanidad y la soberbia de los autores, sobre todo si los corona el aplauso, y la ingratitud (lo más doloroso, decía Cansinos Assens en La novela de un literato). Con fidelidad y conocimiento de las entretelas de ese mundo de agentes literarios, de pseudónimos que encubren (se acuerda uno de los policiacos de Carmen Mola y el Planeta desvelador del misterio), de editores al asalto o jóvenes deslumbradas ante las posibles mieles del éxito, en esos puntos suspensivos del título está la incertidumbre y la duda, la suspensión misma de la realidad frente a la ficción que irrumpe.
Leía después la página de Trapiello al hilo de otra película, Volveréis
(Jonás Trueba) y parecía verificar esa hibridación que hace imposible separar la vida de una pareja del rodaje mismo de la película, como el Quijote que lee a su vez las aventuras del mismo Quijano. O, diría yo —ahora que se cumplen los cien años de Truman Capote—, como la novela A sangre fría, escrita a modo de reportaje literario sobre el asesinato real de una familia en la América rural (claro, pero él, decía Norman Mailer, "tenía un encantador oído poético").
Pero es que la literatura y el cine son espejos y trasuntos de la vida. Ejercicios de transfusión. Sublimamos vida y sueños. Suelo y humo. ¿Serán reales esas páginas aceleradas, pero repetitivas, en bucle infinito, de la actualidad que no cesa? ¿Será real la mentira, prevaricador un juez o corrupto un gobernante? Es ilusión y trampantojo. La Historia, un invento a capricho de los tiempos que corren, un relato (en terminología al uso) o un posible argumento para que la Inteligencia Artificial invente, recree y falsifique, como los actores clásicos que está resucitando ahora para su negocio esa industria necesitada de mitos.
Desconocemos si los personajes de Puntos suspensivos son ellos o son los de la nueva novela que escriben y reescriben. Todo es tal confusión de tiempos e identidades que en un momento pareciera que el director saliera a matizar, corregir o proponer algún cambio. O hasta los personajes, a la búsqueda pirandelliana de otro autor/director.
Ellos hablan y hablan y yo, por un momento, estoy a punto de interpelarles y participar también en la trama.