Ciudad Real empieza a recuperar su memoria

J.M.Beldad
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Alberto Muñoz, quien fuera presidente del Círculo de Bellas Artes de Ciudad Real, habla con La Tribuna y recuerda con «emoción y orgullo» los momentos clave que permitieron salvar este icono de la ciudad

Ciudad Real empieza a recuperar su memoria

El palacete de la Cruz Roja vuelve a abrir sus puertas tras un proceso de restauración que ha tomado más de 18 años. Este edificio histórico, amenazado por la demolición, se erige hoy como un emblema de resistencia ciudadana en una ciudad que ha visto desaparecer buena parte de su patrimonio arquitectónico. Alberto Muñoz, quien fuera presidente del Círculo de Bellas Artes de Ciudad Real, recuerda con emoción y orgullo los momentos clave que permitieron salvar este icono de la ciudad.

«Cuando nos enteramos de que una inmobiliaria planeaba demoler el edificio para construir un bloque de pisos, supimos que teníamos que actuar», relata Muñoz, quien lideró una plataforma ciudadana para detener la destrucción. Fue un esfuerzo titánico que incluyó la recogida de más de 3.000 firmas, reuniones con administraciones y una intensa movilización en medios locales. Sin embargo, el camino estuvo lleno de obstáculos. «Las firmas y las propuestas parecían no surtir efecto. Al final, todo se resolvió con una llamada a un político importante y una intervención de último minuto», explica.

El día clave fue el 6 de octubre de 2006. Según cuenta Muñoz, las máquinas ya habían comenzado a derribar el edificio cuando, gracias a la presión ciudadana, la Junta de Castilla-La Mancha emitió una orden para detener los trabajos. «Recuerdo correr al lugar con esa orden en la mano, mientras pedíamos a los operarios que cesaran el derribo. Fue un momento crítico, y no se detuvo hasta que llegó la Guardia Civil», afirma.

Imagen actual del edificio.Imagen actual del edificio. - Foto: LT

A pesar de este triunfo, el edificio quedó en un estado de abandono durante años. «La tercera planta, que tenía un precioso revestimiento de madera, fue destruida casi por completo», lamenta Muñoz. No fue hasta que el gobierno regional incluyó el palacete en su plan de modernización que se emprendió su restauración. Hoy, el edificio ha sido rehabilitado y se destinará a funciones administrativas, aunque no todos están de acuerdo con esta decisión. «Hubiera preferido que se convirtiera en un museo o en un espacio cultural. El potencial era inmenso», reflexiona.

El palacete simboliza una victoria sobre la desidia administrativa a la vez que representa un llamamiento a proteger lo poco que queda del patrimonio de Ciudad Real. «Este edificio es uno de los pocos supervivientes. Hemos destruido casi todo, y lo que queda está en constante peligro», advierte Muñoz. En su lista de preocupaciones se encuentran otros edificios históricos, como la biblioteca de Fisac, la Posada del Sol y algunas casas solariegas que todavía resisten al paso del tiempo y al avance de la especulación.

En este contexto, la reapertura del palacete se presenta como un hito, pero también como un recordatorio de las luchas que aún quedan por librar. «Es un ejemplo de lo que el movimiento ciudadano puede lograr. Si bien no siempre es suficiente, como ocurrió en este caso, genera un clima de presión que facilita decisiones a favor del patrimonio», asegura Muñoz. Sin embargo, también enfatiza la importancia de mantener la vigilancia. «La destrucción puede ocurrir en cualquier momento. Tenemos que estar atentos y actuar antes de que sea demasiado tarde», concluye.

Estado en el que se encontraba su interior antes de la rehabilitación.Estado en el que se encontraba su interior antes de la rehabilitación. - Foto: LT

La inauguración del palacete ha sido recibida con entusiasmo, pero también con una mezcla de nostalgia y crítica constructiva. Este edificio no sólo es una joya arquitectónica, con algunos detalles que marcan su caracter centenario; es un testimonio de la capacidad de la ciudadanía para enfrentarse a la apatía institucional y exigir respeto por su historia. Ciudad Real, una ciudad pequeña en la que el pasado ha sido sistemáticamente arrasado, encuentra en este palacete un faro de esperanza y un recordatorio de que la memoria colectiva no se construye sola. Como dice Muñoz: «La construimos y la destruimos entre todos, por acción o por omisión».

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El palacete de la Cruz Roja ahora abre sus puertas como un espacio funcional y, sobre todo, como símbolo de lo que es posible cuando una ciudad, un pueblo o una comunidad deciden luchar por lo que considera valioso. En una ciudad que ha perdido tanto, este edificio resucitado se alza como una advertencia y una promesa: proteger el patrimonio no es solamente una cuestión de nostalgia, sino de identidad y futuro.