Por más que nos los presenten como acontecimientos literarios (¿…?) de alto voltaje o acontecimientos estelares (¿…?) de eco elevado, todos los hechos espigados y agavillados en estos días de comienzo del año por terminales mediáticas de todo tipo, no dejan de ser pura espuma de días idos. O de valores fenecidos, por mucho brillo de neón que quieran proyectar sobre nuestros imaginarios agotados. No dejan de ser, todos ellos –Harry, Gänswein, Preysler, don Mario, Tamara, Shakira, los Goya– eso: acontecimientos innecesarios. Y, seguramente, altamente prescindibles.
Que el príncipe Enrique de Sussex, segundo hijo del rey Carlos III de Inglaterra y de la desaparecida lady Diana Spencer, por mor de las indiscreciones y el chismorreo –Bergoglio, dixit– regio o real, sea un fenómeno mediático-literario resulta increíble y esclarecedor de estos tiempos banales y veniales. Como resultaba la pieza cinematográfica de Roman Polansky The ghost writer, un desvarío sobre el memorialismo del primer ministro y su imposible escritura. Que debe incorporan a un negro o escritor fantasma –que ese era su título inglés–, para escribir una fantasmada y una fantasía imposible. Su pieza memorialística En la sombra, que da cuenta de las vicisitudes de la Casa Windsor y de las maldades familiares en el primer día de su salida ha vendido, la nada despreciable, cantidad de 400.000 ejemplares.
No se el listón de ventas del libro –memorialístico, igualmente– del cardenal Georg Gänswein, secretario privado del desaparecido papa emérito Benedicto XVI y prefecto de la Casa Pontifica –no destituido aún, por el papa Bergoglio– que dice contar toda la verdad en su trabajo Nada más que toda la verdad. Toda la verdad sobre las tripas vaticanas y sobre los secretos de la curia romana. Como ya hiciera en la revista alemana del corazón Bunte, donde confesó que «ser guapo no es un pecado». Posición justificada por su foto de portada de la revista –no del pensamiento o de la doctrina católica sino del cotilleo y del glamour–Vanity fair. Gloria efímera y acontecimientos innecesarios.
Como será el venidero libro de memorias de Isabel Preysler, Mis cenas frías con Vargas Llosa, una vez practicada la rendición y la separación de los actores de la prensa del corazón. Y de repuesto –no ya Shakira dolida y facturada con el futbolista 'indepe' del alma culé y bolsillo abierto– sino la mismísima hija de Preysler, Tamara Falcó, vendiendo la reconciliación con su prometido Onieva, desde la plataforma de una Misa del Gallo, en la noche madrileña del día de Navidad. Casi un cuento de Dickens con final feliz.