Con sólo dos días de diferencia, desplegaban en las páginas de El País, sendas capturas de lo pijo, Ignacio Peyró y Ana Iris Simón, y no sé si con propósitos similares, aunque coincidieran en ciertas descripciones. Todo ello, además, a propósito de cuestiones diferentes. Peyró desplegaba la capa desde su titular. Los toros: pijos de Barcelona versus pijos de Madrid. En una larga cambiada que hacía referencia y alusiones, al ministro de Cultura, Ernest Urtasun, que había desplegado –mejor, recogido– el capote de los premios nacionales de la Tauromaquia y puede que le señalara indirectamente como un 'pijo de Barcelona'. En el interior del texto, dejaba ver que la batalla de la tauromaquia –¿batalla cultural o antitaurinismo? – era eso, un enfrentamiento de pijos uniformados de procedencias geográficas distintas. «Pijos de Barcelona frente a pijos de Madrid. Pijos de izquierdas versus pijos de derecha. La mirada al país desde un fachaleco o desde una camisa de Toni Miró». Abriendo el debate de las izquierdas perfumadas, que nos retrotraían a las viejas escuelas señaladas de la gauche divine, la gauche caviar y la plenitud de la beautiful people.
Por su parte Simón, en un recordatorio llamado Nostalgia del 15-M, dejaba caer que «el mejor predictor de donde va a acabar alguien es [ver] de donde viene, y algunos supuestos heraldos del 15-M no dejaba de ser una caterva de pijos con educación privada, buenos barrios, una red de contactos importantes e incluso apellidos históricos de la progresía. Su sito no era la tienda de campaña, sino aquel en el que ha acabado: algún ministerio desde el que preocuparse por el género no binario en las escuelas y descolonizar museos». Y todo ello, toda la crítica descendente, habría que ponerla en relación con el relato social ascendente –el modelo aspiracional del proletariado y la mesocracia de los años sesenta del siglo XX, hacia la pérgola y el tenis que dijera Gil de Biedma– puesto en marcha por Juan Marsé con el pijoaparte de su novela Últimas tardes con Teresa. Claro que todo ello quedó, definitivamente modulado y retratado con el trabajo de Sergio del Molino Pijoprogre (2022). Donde se exponían algunos de los datos descriptores: «Alguien que presume de cultura y bagaje lector (lo tenga o no) y que vive en un mundo simbólico, no material». Aunque quizás, el movimiento sinuoso fuera el desplegado hacia el final del texto, al citar «las contradicciones del progreso y de la cultura, que destruyen etiquetas absolutistas». Ya lo pijo como afectado y esnob. O como refinado y elegante.