Anotaba José Luis Loarce el pasado martes 22, en su pieza Destellos diferentes, las diferencias entre las películas de Pilar Palomero –Los destellos– y la de Pedro Almodóvar –La habitación de al lado–, que ha sido jaleada por la crítica incondicional, al ser la primera película rodada en inglés por Almodóvar, junto a lo que Jordi Gracia llama –pomposamente, por cierto– Almodóvar ante la muerte (El País, 8 octubre); como si nadie, hasta ahora, hubiera realizado tal aproximación a lo mortuorio y a lo tanatológico desde la mirada del cine.
Por ello a mí me ha llamado la atención –en esa deriva de argumentos pretendidamente originarios–, la pretensión por vincular la reflexión del calzadeño con el dúo artístico James Joyce- John Houston. Circunstancia que se repite varias veces a lo largo del metraje, con la recitación intencionada del párrafo final de Los muertos. «Al escuchar el dulce descenso de la nieve a través del universo, su dulce caída, como el descenso de la última postrimería, sobre todos los vivos y los muertos». Relato corto del irlandés, de 1914, que como ya se sabe sería adaptado, finalmente, por John Houston en su película de 1987 The dead, que acabaría siendo su testamento fílmico.
De esa naturaleza, de las reflexiones de la muerte final –en cualquiera de sus versiones, manifestaciones y maneras: buena muerte, muerte digna o buen morir– existe un amplio abanico de capturas cinematográficas que no aparecen referidas en La habitación de al lado, cuando sí se producen otros guiños para iniciados y diletantes de la literatura, de la pintura y de los libros. Cuenta, ese recorrido funeral y onomástico, en una captura veloz desde la temprana Ordet (1955), de Carl Theodor Dreyer, hasta el ciclo mortuorio de Ingmar Bergman –El séptimo sello (1957), Persona (1966) y Gritos y susurros (1972)–. Por no citar el más complejo recorrido, realizado por Nicholas Ray, entre sus piezas Más grande que la vida (1956) –un proceso vital abocado imparable hacia la muerte– y el colapso final de Relámpago sobre el agua (1980), película codirigida entre un moribundo Ray –igual que Houston dirigirá, siete años más tarde, en silla de ruedas The dead, con bombona de oxígeno y mascarilla – y un primerizo Wim Wenders, sorprendido por la gestualidad del moribundo, en lo que no solo es el testamento cinematográfico de Ray, sino la crónica de su aproximación a la muerte. Además, la relación temática de Los muertos de Joyce con La habitación de al lado, poco tiene que ver con la reflexión sobre la eutanasia que propone Almodóvar y que no aparece en la noche nevada dublinesa de Navidad.