La nieve siempre llega de improviso, aunque el frío neblinoso que nos viene de cara al caminar por las calles sea anuncio de su llegada, que no atendemos porque nuestros días están llenos de ocupaciones y mirar al cielo una es de las menos productivas. Los pronósticos del hombre del tiempo tampoco nos inspiran mayor confianza pues estamos escarmentados de mantener la fe en la pantalla mágica.
La nieve tiene un enorme poder evocador, como la lluvia que parece que nos llega de lejos y de antiguo. Así, cuando nieva lo hace desde otra época en que éramos inocentes, ese milagro blanco nos retrae a un pasmo de nuestra infancia. La nieve es como un golpe de estado silencioso contra nuestra impasibilidad y nos sitúa en un mundo ido que parece de estreno.
La nevada cabal es oficio del campo, en donde cesan las piedras, se enmascaran los cauces, pierden su estatura los olivos y se visten de novia los espinos. Los pájaros callan ante la sorpresa de esta traición hermosa por la que Dios falta a su palabra de que las aves del cielo viven sin sembrar ni cosechar porque su Padre Celestial las alimenta. En la estepa blanca no hay granos de cereal, ni briznas de hierba, ni cobijo.
Esa sábana oculta el mundo rutinario y crea una belleza luminosa. La nieve es un fenómeno de puertas abiertas, una hecho campesino en donde vuelve anónimos los túmulos y las lápidas y todo el cementerio del pueblo es una fosa común de muertos ya bien avenidos.
Sobre el mundo hay un frío transparente que en las mejillas graba un par de rosas y pone en cada aliento un batir de alas. La nieve cae como una pequeña multitud silenciosa que contagia una mudez general en el paisaje.
La nieve es una buena lección para los amantes, porque el frío les hace buscar el calor compartido y el roce mutuo imita la dulzura con que los copos caen sobre los copos.
La mayor transformación del mundo que trae la nieve es una luz nueva que surge de la propia hondura de la nevada, que es el único efecto sensible en una llanura silenciosa
Sentimos que la nieve es como un milagro de pureza, con la misma gratuidad sentimental con que consideramos a las palomas como el modelo de inocencia y de paz. El espectáculo de blancura que ha bajado del cielo acaba ennegreciendo las calles, hundiendo los tejados, desramando los árboles, descoyuntando a los coches y dejándolos sin alma, ni batería ni compostura. La nevazón nos cobra finalmente un alto precio por su belleza.
Demasiadas tragedias está acumulando el cambio de año. Entramos en él con la mordaza obligada por el virus y ahora estamos bajo esta enorme mordaza de la nieve en la que seguimos embozados. Todo alrededor se confabula para enmudecernos.
Pero, en esta gran hoja en blanco, la vida nos ofrece la occasion para escribir quién somos y a dónde queremos ir en lo que nos queda de vida, que algunos ya vamos contando por nevadas. Tomo la pluma y miro al cielo en busca de alguna revelación, pero hoy hace demasiado frío para que vuele un ángel.