Siempre imagino a Jorge Guillén observando Toledo desde una sonrisa. Como poeta escribiente de 'Cántico'. De la mano de "El Cementerio marino" de Paul Valery. Escribiendo nunca el mundo en un poema sino poemas que son mundos.
Nunca una media sonrisa mendaz y desafiante ante una ciudad orgullosa y altiva. Siempre una sonrisa desnuda y optimista de quien supo esculpir el mismo libro tantos años con la dedicación y la prisa del que tiene por lema: "Ser, nada más y basta/ es la absoluta dicha.".
De quien encaró los versos de Garcilaso, el calco de Cervantes a Valdivieso: «Aquella ilustre y clara pesadumbre de insignes edificios adornada, / Oh, peñascosa pesadumbre, gloria de España y luz de sus ciudades», con un sereno y luminoso poema dedicado al Greco que empieza con la contemplación de un Toledo contenido en su grandeza que aguarda más que recibe al viajero, de un Toledo que nunca es una ciudad obsequiosa que se ofrece, sino una plaza que se yergue para quien se atreva a entrar en ella.
La peñascosa pesadumbre estable
Ni se derrumba ni se precipita,
Y dando a tanta sigla eterna cita
Yergue con altivez hisopo y sable.
Contemplación que deriva en admiración y halago a su poder, que huye de la nostalgia insana de quien no encaja la inmortalidad que se alimenta del recuerdo.
¡Toledo! Al amparo del nombre y su gran ruedo
-Toledo. «quiero y puedo»-
Convive en esa cima tanto estilo
De piedra con la luz arrebatada
Que acoge sin sacrilegio al migrante del que hizo su hijo preferido asumiendo su piel y su alma, pareciéndose a sus cuadros, otorgándole el don de escribir su alma.
Está allí Theotocópulos cretense,
De sus visiones lúcido amanuense,
De inmortalizar su luz, su rayo, su cielo. De captar su vilo permanente urdido de propios y ajenos, de espada de rayo, de rayo ya no espada que acoge en su alucinado y fascinante seno lo que fuimos, lo que somos, lo que seremos. Simplemente estando, simplemente viendo y sintiendo.
Que a toda la ciudad prescrita en vilo,
Toda tensión de espada Flamígera, relámpago muy largo:
Alumbra, no da miedo.
¡Toledo! «A mí mismo me excedo
Sin lujo de recargo.»
Filo de algún fulgor que fue una hoguera,
Siempre visible fibra,
Zigzag candente para que no muera
Un Toledo que integra tu perfil en el suyo, tatuando tu temblor en su otoño, desnudando tu alma ante los ojos de su mundo, del mundo
La pasión de un Toledo que revibra
Todo infuso en azules, ocres, rojos:
El alma ante los ojos
Y porque nadie cantó a la desnudez y al instante esplendoroso como Jorge Guillén, por eso Toledo se hizo un poco más bella tras acoger su mirada.
Puntos de luz latente dan señales
De una forma secreta.
Pero el color, infiel a la penumbra,
Se consolida en masa.
Una forma se alumbra.
Monotonía justa, prodigioso
Colmo de la presencia.
¡Plenitud inmediata, sin ambiente
Ningún primor: ni voz, ni flor. ¿Destino?
Oh absoluto Presente!