Carlos Rodrigo

Entre columnas

Carlos Rodrigo


Olimpiadas

29/07/2024

Es inevitable sentir un placer perverso al ver las olimpiadas de reojo arrellanado en una tumbona, cuando uno no perpetra más actividad física que la de ejercitar el globo ocular con la indomable pretensión de tratar de fusionar con la mirada la línea del horizonte, la del mar y la de la piscina en un tridente perfecto.

Mientras, en la pantalla se suceden deportistas españoles sin descanso, fiando esfuerzos y entrenos de cuatro años al preciso instante de bajar de cincuenta y cinco segundos en cien mariposa, a una llave desesperada en judo en el tiempo de descuento o a un floretazo definitivo en esgrima sin permitirse bajar la guardia.

Ya sé qué dicen que la meta es el camino, los rollos esos del presentismo, de atrapar el instante y demás matraca, pero uno no puede abstraerse de ver cómo en menos de diez minutos un yudoca consigue el bronce y su compañera lo pierde.

¿Es que uno se lo merece más que la otra? ¿Es que el sorteo le ha sido más beneficioso? ¿Es que ese día en la habitación de al lado, en la villa olímpica, un lanzador de jabalina senegalés y una regatista birmana, que sintieron un flechazo en la ceremonia de inauguración, les ha dado por consumar sonoramente su amor la noche antes del combate? ¿Es que en el combate anterior, al saludar, se le metió el cinturón en el ojo y arrastra una pequeña pero decisiva úlcera?

Sí, ya sé que el diablo está en los detalles, pero a veces parce que los detalles los carga el diablo con balas de plata.

La gloria es una extraña mezcla de trabajo, condiciones físicas y mentales, circunstancias y suerte realmente terribles. Y los deportes de equipo todavía tienen un pase, entre los cambios, que siempre te puede cubrir un compañero, pero ¿y los individuales?… por no hablar de la cantidad de deportistas que no viven de esto y además les cuesta.

Y sí, le digo a mi compañero de hamaca que no me gustó la ceremonia de inauguración. Mucha inclusividad, caballos por el Sena, Torre Eiffel y mirarse el ombligo a la cultura francesa, pero que esto al final son tipos y tipas que se dejan la salud entrenando y luchando por un objetivo y lo que les mola no es ir en un barquito por el Sena, que también, ni tragarse una ceremonia de cuatro horas ad maior gloriam de París, si no desfilar por un estadio, que les vea su familia por la tele y que su rey, su reina, su presidente de la república jefe de la tribu… les incline la cabeza en señal de apoyo y de respeto. Coger su bandera y flamearla junto a Nadal y hacerse un selfie con Lebron James para luego matarse en el tatami mientras nosotros desde la hamaca nos sentimos orgullosos por un instante de sus bemoles hasta dentro de cuatro años.

Así que no me queda más que desearles que la gloria nunca les sea leve.

ARCHIVADO EN: Judo, Esgrima, París, LeBron James