Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


El efecto contagio del Lexit

28/06/2024

Pocas veces nos detenemos a mirar los escudos con atención. Ni siquiera el que nos representa a todos como país. Eso se lo dejamos a los expertos en heráldica, la ciencia del blasón. Para los más jóvenes del lugar, salvo en contadas excepciones, es un tema que les interesa lo mismo que el cultivo del champiñón. No lo tienen entre sus favoritos de TikTok ni de Instagram. No verán a los influencers escudriñar la historia que esconden, por mucho que explique buena parte de nuestro pasado y, por tanto, también del presente.  
El escudo identificativo de España apenas es noticia, salvo que lo cambien por el de tiempos y regímenes pasados, que alguna vez ha ocurrido en competiciones deportivas o actos institucionales. Entonces es objeto de cabreo y mofa a partes iguales. Pasa lo mismo con el himno, del que apenas se habla y que sigue sin letra oficial, a pesar de numerosos intentos fallidos. Tras más de 250 años, hemos sido incapaces de ponerle un mensaje en el que una amplia mayoría nos sintamos representados, lo que nos coloca entre los tres únicos himnos en el mundo que no tienen letra. 
El escudo de España está completamente definido. Respira siglos de historia -el modelo es el de 1868- y su diseño actual quedó determinado en una ley de hace 43 años. Como elemento que más sobresale, están los cuatro cuarteles -divisiones- que se corresponden con las armas de los reinos de Aragón, Castilla, León y de Navarra. Si atendemos a la proporción, un cuarto de ese escudo corresponde, por tanto, a un reino histórico como es el de León. Este es, precisamente, el argumento que están utilizando los leoneses que, en un juego de equilibrios, se desmarcan de la propuesta de Región Leonesa -que agruparía a León, Zamora y Salamanca- y apuestan por una separación leonesa con la exclusiva compañía de las gentes de esta provincia. 
La moción aprobada en la Diputación de León aboga por la primera opción: la histórica reivindicación de una Región Leonesa que aglutine a esas tres provincias. El PSOE ha dado su aval a la iniciativa de Unión del Pueblo Leonés y ahora pone la pelota en el tejado de la Junta de Castilla y León para que inicie los trámites que desemboquen en la formación de la décimo octava comunidad autónoma de España. Su presidente, Alfonso Fernández Mañueco, es contrario y, en paralelo, tiene que sofocar el anuncio del portavoz del PP en León que promueve una hipotética separación leonesa y sólo leonesa. 
Estamos ante un movimiento complejo que, como en ocasiones anteriores, es muy difícil que concluya con éxito. La conformación de las comunidades autónomas fue un cambalache en el que se atendieron intereses no siempre justificados en la historia y en las características culturales únicas. De aquellos polvos, llegan estas crisis territoriales. Lo sabemos bien en esta región inventada a la que llamaron Castilla-La Mancha. Los de Molina de Aragón no tienen nada que ver con los de Almansa y los de Talavera de la Reina se parecen como un huevo a una castaña a los de Minglanilla. Todos hablan el mismo idioma, pero la idiosincrasia territorial no sirve de pegamento de ningún tipo. No hace región. Por eso, al igual que les ha ocurrido durante estas cuatro décadas de autonomía en Castilla y León con el centralismo vallisoletano, la concentración de todo el poder autonómico en Toledo ha generado una desafección que impide una identificación completa con la comunidad en la que vivimos. En Castilla-La Mancha no hay movimientos como el de la Región Leonesa o el que promueve la separación única de León en una nueva comunidad. Ni siquiera en la menospreciada Guadalajara o en Talavera, donde una asociación exige que el futuro Estatuto refleje la «realidad provincial» de esta comarca. Son tensiones con una incidencia muy pequeña.  Sin embargo, nunca está de más analizar cómo se mueven en otros lugares por si hay efecto contagio.