Manuel Juliá

EL TIEMPO Y LOS DADOS

Manuel Juliá

Periodista y escritor


El personaje

28/10/2024

Cuando escribió la carta ya sabía que estaba siendo investigado por acusaciones de violencia machista. Lo sabría también por el conocimiento de su propia identidad, por mucho que se justificase a sí mismo por el entorno, las drogas, la responsabilidad, la ceguera que produce la fama, o lo que sea que una mala persona use para amortiguar su malandanza. Sin embargo, la carta es una especie de loa a sí mismo, a la autenticidad de un ser que quiere cuidar y preciar su autenticidad frente al poder corruptor de la política y la fama. Si a esta historia le quitamos el machismo descarnado y esas aberraciones sexuales que andan por las redes, hoy estaríamos diciendo que ese tipo ha dado un ejemplo de autenticidad en un mundo hipócrita, que su retiro es el preludio de un viaje futuro a ser un líder aclamado por el poder de sus principios y la humanidad y humildad de su talante. 
Pero todo era una mentira, o algo peor, un despliegue de cinismo, soberbia y vanidad. Si este tipo que tanto daño está haciendo la toda la izquierda hubiera hecho una confesión pura y dura sobre sus desviaciones sexuales y su afección al poder en la cama otra cosa sería. Si hubiese reconocido, sin tanta farfolla y parloteo existencialista, su problema con las mujeres, y hubiese pedido el perdón desde el arrepentimiento, habría tenido al menos el beneficio de la lástima. Pero no, ha querido dar una lección de ética y ha dado una perorata sobre su máscara, convirtiéndola en personaje mientras que debajo está la persona que se rebela. 
Hay muchos tipos de cinismo, pero este que se envuelve en el papel celofán de una falsa dignidad y progresismo es de los peores. El tufo a narcisismo que impera es tan malsano como los vapores de las alcantarillas. La intención de mostrar un victimismo adolescente rebela hasta al más tonto, da grima que se suba al pedestal de su intelecto cuando está siendo derribado por el instinto de sus pasiones. Está barnizando un muñeco de barro y mierda y piensa que con el barniz el hedor se pierde. 
La culpa de todo la tiene la política, como si ésta fuera un ser en sí mismo y no un campo lleno de guerreros a los que llamamos políticos. La culpa de todo la tiene el poder, la fama y el liberalismo, como si el poder fuese en sí malvado (hipermarxismo), cuando es la persona quien lo usa para lo bueno o para lo malo. Él, a pesar de su bello raciocinio discursivo, que no le voy a negar, lo ha usado para un sexo irrespetuoso con la mujer contradiciendo la bandera que llevó a su cúspide. Sólo la palabra «tóxica» nos abre en su carta un umbral a la certeza, muy pequeño sí, pues hay que leerla con lupa para encontrar algo que no huela a adoración de sí mismo.