Llevar o no llevar gafas, tener más o menos pelo, no es un problema. El problema es que una vicepresidenta primera del Gobierno quiera hacerse la graciosa, cuando asistimos a una deriva democrática que maldita la gracia que nos hace. Tampoco dice mucho de la mano derecha de Sánchez – perdón por lo de derecha – recurrir al aspecto físico de las personas de otro partido, en lugar de explicar a los ciudadanos cómo piensa afrontar nuestro gobierno los difíciles retos que tenemos por delante.
Desde el respeto que ella no demuestra hacia el adversario, le voy a recordar algunos de esos asuntos que puede contemplar cualquier observador imparcial, sin un pelo de tonto. Y sin necesidad de ponerse gafas. Al ciudadano español seguro que le interesaría mucho más saber qué planes tiene el Ejecutivo en estos momentos para solucionar la escasez de agua que amenaza ya a Cataluña y Andalucía, que la identidad del portavoz del PP en el Congreso de los Diputados.
Al ciudadano español seguro que le gustaría saber por qué se ha ido degradando la calidad de la enseñanza en los últimos años y cómo se repartirán los 500 millones, anunciados por Pedro Sánchez en un mitin, para reforzar las Matemáticas y la comprensión lectora, después de que la Ley Celaá bajara el nivel de exigencia en los programas educativos. Como también le gustaría saber si la gestión de la inmigración mejorará delegando competencias en esa materia a Cataluña, porqué así se lo ha exigido un prófugo de la justicia.
El ciudadano español, que lucha cada día por sacar adelante a su familia, también agradecería que entre las prioridades de Sánchez – además de hacer concesiones a una minoría para seguir en el machito – figurara la creación de más empleo para los más jóvenes, cuyo promedio de emancipación del hogar está por encima de los treinta años. O, relacionado con este mismo drama generacional, que le explicaran la sostenibilidad de nuestro actual sistema de pensiones, amenazada por el envejecimiento de la población y la caída de las cotizaciones.
En un país que ha ido perdiendo atractivo para los inversores extranjeros – a ver si, en la parte que nos toca, García-Page ha convencido a los chinos –, y con una clase empresarial que dice sentirse acosada por las nuevas políticas de Yolanda Díaz, no podemos perder más el tiempo con bromitas. No está el horno para bollos. En medio de la incertidumbre actual – el otro día me decía una colega conocedora de la política europea que están asombrados con lo que está pasando en España -, necesitamos más que nunca certezas.
Y, necesitamos, por supuesto, la estabilidad necesaria para salir de este enfrentamiento absurdo sobre cuestiones capilares, que distrae de los asuntos realmente importantes. A la vicepresidenta del Gobierno, que bromea con tonterías, hay que recordarle que con la Constitución y la convivencia no se juega.
Aunque sólo sea por respeto a quienes lograron que la España democrática fuera admirada, y hasta envidiada, en los mismos foros donde ahora se nos mira con recelo y desconfianza.